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piadoso, no siendo ménos numerosas las leyendas fantásticas que la creencia popular ha
forjado con relación á los sitios donde reposa. No haya miedo que un musulmán devoto pase
jamás delante de una de dichas tumbas, sin elevar una plegaria siquiera, de lo íntimo de su
corazón, invocando para sus negocios el auxilio del piadoso oueli. Por lo demás, ya sabemos
tales sepulcros, pues sin ambajes lo
á qué debemos atenernos respecto de tales santos y
hemos dicho, describiendo el molid del santón Ahmed Seiyd el—Beduaí existente én Tantali.
Cuando á consecuencia de haber llevado á cabo una
excursión que ha exigido más tiempo que el de costum-
bre, penétrase de noche en el Cairo, llega á los oidos del
viajero una salmodia monótona, que en nada se parece
al canto, formada por una série de sentencias árabes,
pene-
interrumpida á intervalos por un grito agudo y
trante, brotado del pecho de un hombre arrebatado por
el éxtasis en el fervor de la oración. Imposible es des-
cribir el efecto que semejante rumor produce en el ánimo
del viajero, y ménos áun el piadoso terror que de él se
apodera al distinguir, perdidos en la sombra de una no-
che tranquila, los vagos contornos de los derviches que se
aprovechan del silencio que reina en las altas horas de la
noche para realizar en derredor del sepulcro de un oueli,
sus extravagantes ceremonias y recitar bajo la bóveda
del cielo su místico zikr. Ocasión se ofrecerá para que el
lector pueda asistir á una ceremonia de este género,
cuando le acompañemos á las fiestas del Cairo; puesto
que el extranjero que visita la ciudad de los califas puede presenciar en todo tiempo esas
prácticas religiosas de un género especial, con sólo tomarse el trabajo de ir a una hora
determinada á cualquier convento de derviches, tekieh. Éstos, es decir, los tekiehs, se hallan
edificados por punto general en el lugar en que residió un oueli que mantenía estrechas
relaciones con la orden á la cual pertenece el convento.
Todos los jueves á la caída de la tarde vese una tropa de derviches, cubierta la cabeza con
sendos birretes cónicos, de fieltro gris, y con linternas en la mano, que desfilan en procesión á
lo largo de la calle de Abdin y que después de haber recorrido los infectos callejones sin
salida del barrio griego, se dirigen á una mezquita que raras veces visitan los extranjeros, en
la cual pasan la noche entera rezando su zikr junto al sepulcro del santón sepultado en ella,
no faltando devotos que les acompañen en sus piadosos ejercicios. T no son únicamente las
gentes del vulgo las que concurren á los sepulcros de los ouelis al olor de los milagros que
se les atribuyen: muchos habitantes del Cairo, de elevada posición, suelen también frecuen-
tarlos. cosa que no debe extrañarse, por lo mismo que, perteneciendo tales portentos al
dominio de lá medicina, no pueden ménos que ejercer poderosa influencia en el ánimo de
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