Page 470 - Egipto Tomo 1
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386                     EL CAJEO
                       El especiero experimentó inmediatamente un cambio en su interior; comprendió
                 Ahmar .
                 que realmente se habia convertido en oueli, y con no poca sorpresa pudo convencerse de que
                 penetraba ciertas interioridades que para el resto de los hombres eran verdaderos secretos.
                 Llegado al distrito que se le confiara, vio á un mercader que tenia un gran puchero de habas
                 cocidas, que vendía á los transeúntes, y sin meterse en más averiguaciones cogió una piedra,
                 hizo pedazos de un golpe  el ollon, recibiendo en cambio una paliza de padre y muy señor
                 mió, sin que piara ni chistara. En cuanto al vendedor de habas, no bien hubo desahogado
                 su coragina, dióse á recoger los restos de su perdida hacienda, y con gran sorpresa encontró
                 entre los fragmentos del puchero una serpiente muy venenosa. Entonces comprendió que el
                 que tan despiadadamente moliera á palos era un oueli , cuyo sabio proceder habia impedido
                 que vendiera una mercancía que hubiese costado  la vida á no pocos de sus favorecedores,
                 asaltándole en consecuencia un profundo remordimiento. Al otro dia nuestro especiero,
                 convertido ya en santón, fuese renqueando al sitio que se le confiara, y sin acordarse de  la
                 tremenda paliza que pocas horas antes habíasele propinado, hizo pedazos una gran jarra de
                 leche que, destinada á la venta, se hallaba en el interior de una tienda. Nueva paliza de parte
                 del propietario que en el sacudir no diera reposo á la mano, si los transeúntes, recordando el
                 suceso de la víspera, no hubiesen influido para que no le diera más. Entonces buscaron entre
                 los restos de la jarra y en el fondo de  la misma encontraron nada ménos que un perro
                 muerto.  El tercer dia  el santón se trasladó como pudo, pues con las dos palizas no tenia
                 hueso sano, á la esquina de la calle en que desempeñaba su oficio, y vió á un criado portador
                                          manjares exquisitos, que debían servirse en una
                 de una gran bandeja llena de frutas y
                 comida dispuesta en una casa de campo.  El santón arrojó su palo entre las piernas del
                 cargado doméstico que tropezando vino  al suelo con cuanto llevaba, quedando hecho una
                 pura lástima. Mas no se habia levantado áun y se cobraba ya, anticipadamente, en las
                 espaldas del pobre oueli  la paliza que esperaba recibir de su amo en pago de su torpeza, en
                                ,
                 tanto que los perros de la calle se lanzaban sobre los restos de los desparramados manjaies,
                 mas en cuanto los comían caían redondos  , y después de un breve pataleo quedaban tiesos }
                 exánimes. De ello dedujeron los presentes que los manjares estaban envenenados, é interce-
                 dieron para con el oueli á fin de que el criado no le pegara más.  El santo varón levantóse
                          comprendiendo que no le traia cuenta penetrar en lo que permanecía oculto á
                 como pudo, y
                 los demás mortales, suplicó encarecidamente á Dios y al Kutb, que lo libraran del peso de la
                 santidad, que lo volvieran al estado de ignorancia y á la humilde condición en que antes se
                        habiéndose el cielo apiadado de sus lamentos accedió á su ruego, con  lo cual el
                 hallaba, y
                 ex-oueli vióse de nuevo convertido en simple especiero sin que en adelante tuviese que sufrir
                 nuevos vapuleos.
                                  vivía en el Cairo un devoto que llevaba ceñido á la garganta un
                   Por los años de 1835,
                 collar de hierro, y en opinión de las gentes, hacia treinta años que permanecía encadenado
                 en un rincón de su morada. Cuando quería dormir envolvíase en una manta permaneciendo
                 debajo de ella horas enteras: por lo menos así lo creía el vulgo de las gentes; mas no  faltó
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