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tendré una gran alegría el día en que los primos se vayan a vivir

                  a la Granja.


                  —¿Así que se instalan en la Granja?



                  —En cuanto se casen —repuso la señora Dean —, y piensan

                  casarse el día de Año Nuevo.


                  —¿Quién se queda a vivir aquí?


                  —Pues José, y acaso un mozo para acompañarle. Se arreglarán


                  en la cocina, y cerraremos el resto de la casa.


                  Yo comenté:


                  —A disposición de los fantasmas que quieran habitar en ella,


                  ¿no?


                  —No, señor Lockwood —contestó Elena, moviendo la cabeza. —

                  Yo creo que los muertos reposan en sus tumbas; pero, sin

                  embargo, no se debe hablar de ellos con ligereza.



                  En aquel momento crujió la verja del jardín. Los paseantes

                  volvían a casa.


                  Cuando se detuvieron en la puerta para mirar una vez la luna —


                  o, más exactamente, para mirarse el uno mas al otro, a la luz

                  luna —, sentí otra vez un irresistible impulso de marcharme. Así

                  que, deslizando un pequeño recuerdo en la mano de la señora


                  Dean, y desoyendo sus protestas por la brusquedad con que

                  marchaba, salí por la cocina mientras los novios abrían la

                  puerta del salón.









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