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demostraré de un modo tangible que los muertos no se
disuelven en la nada.
Cuando oyó que se levantaban los demás de la casa, se fue a
su cuarto, y yo respiré, aliviada. Pero, por la tarde, después que
salieron Hareton y José, me fue a buscar a la cocina y me pidió
que me sentase a su lado en el salón. Necesitaba compañía, al
parecer. Yo le contesté que su aspecto y su conversación me
intimidaban, y que ni mi voluntad ni mi estado de nervios me
permitían acompañarle.
—Ya veo que me tienes por un demonio —dijo, riendo
lúgubremente. Me consideras demasiado horrible para vivir en
una casa normal —y volviéndose a Cati, que se escondía detrás
de mí al acercarse él, añadió, medio en broma: Y tú, ¿no quieres
venir conmigo? No, claro. Para ti debo de ser peor que el diablo
todavía. Pero allí dentro hay alguien que no me rehusará su
compañía.
No pidió a nadie más que le acompañase. Al oscurecer se fue a
su cuarto. Toda la noche le oímos quejarse y hablar solo.
Hareton quería entrar, pero yo le mandé a buscar al señor
Kennett. Cuando éste vino, encontramos que la puerta del amo
estaba cerrada por dentro. Heathcliff nos mandó al diablo,
aseguró que se encontraba mejor y ordenó que le dejásemos en
paz. Así que el médico se marchó.
La noche siguiente fue muy lluviosa. Estuvo diluviando hasta el
amanecer. Cuando salí al jardín por la mañana, vi que la
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