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sueño. Él volvió después de las doce, pero se encerró en su
habitación de abajo en lugar de irse a su alcoba. Escuché un
rato y, al cabo, me vestí y bajé.
Percibí los pasos del señor Heathcliff, que paseaba lentamente.
De cuando en cuando respiraba hondamente, de un modo tan
angustioso, que parecía gemir. También le oí murmurar algunas
palabras, entre las cuales distinguí claramente el nombre de
Catalina, acompañado de alguna otra expresión de amor o de
dolor. Parecía que hablaba con alguien con palabras que
saliesen del fondo de su alma. No me atreví a entrar en la
habitación; pero para distraer su atención empecé a revolver el
fuego de la cocina. Él me sintió antes de lo que yo esperaba.
Salió y dijo:
—¿Es ya de día, Elena? Trae la luz.
—Están dando las cuatro —contesté. —Si necesita vela para
subir, puede encenderla aquí, en la lumbre.
—No subo —respondió. Prepara este aposento.
—Tengo que encender bien las ascuas antes de traerlas —dije,
mientras tomaba una silla y empuñaba el fuelle.
Heathcliff paseaba de un lado a otro y parecía casi
completamente absorto en sí mismo. Los suspiros
entrecortaban su respiración.
—Cuando amanezca tengo que mandar a buscar a Green —me
dijo.
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