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—El amo dice que le lleves una luz y le enciendas el fuego.
Yo no me atrevía a volver a entrar. José entró en el salón
llevando una palada de brasas y una bujía, pero salió
enseguida, trayendo de paso la comida del amo, y nos dijo que
éste se iba a acostar y que hasta el día siguiente no comería
nada.
Sentimos a Heathcliff subir la escalera, mas no se fue a su
habitación, sino a aquella donde está la cama con tabiques de
madera. Como la ventana de ese cuarto es bastante ancha, se
me figuró que acaso quería salir por ella sin que lo
averiguáramos.
«¿Será un duende o un vampiro?», me pregunté.
Yo había leído cosas acerca de esos horribles demonios
encarnados. Pero al recordar que yo misma le había cuidado
cuando era niño, cómo había asistido a su desarrollo hasta que
llegó a la juventud y cómo había seguido paso a paso casi toda
su vida, reconocí que era absurdo dejarme llevar de tales
errores.
«Sí; pero ¿de dónde procedía aquella negra criatura que un
buen hombre recogió para su propio mal? », repetía dentro de
mí la superstición. Y yo me debatía en un laberinto de
suposiciones, medio dormida ya, buscando alguna definición
que concretase lo que era Heathcliff. En sueños evoqué toda su
vida, y al final me figuré que asistía a su muerte y a su sepelio,
de todo lo cual no recuerdo otra cosa sino que me veía muy
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