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ocupante descanse en paz. Pero si preguntara usted a los
lugareños, le dirían que el fantasma de Heathcliff se pasea por
los contornos. Hay quien asegura haberle visto junto a la iglesia
y en los pantanos, y hasta dentro de esta casa. «Eso son
habladurías», diría usted, y yo opino lo mismo. Y no obstante,
ese viejo que está junto al fuego, en la cocina, jura, que, desde
que murió Heathcliff, lo ve a él, y a Catalina Earnshaw, todas las
noches de lluvia, siempre que mira por las ventanas de su
cuarto. Y a mí me sucedió una cosa muy rara hace alrededor de
un mes. Había ido yo a la Granja una oscura noche que
amenazaba tempestad, y al volver a las Cumbres encontré a un
muchacho que conducía una oveja y dos corderos. Lloraba
desconsoladamente, y me figuré que los corderos eran díscolos
y no se dejaban conducir.
—¿Qué te pasa, chiquillo? —le pregunté.
—Ahí abajo están Heathcliff y una mujer –balbució— y no me
atrevo a
pasar, porque quieren cogerme.
Yo no vi nada, pero ni él ni las ovejas quisieron seguir su camino
y le aconsejé que siguiera por otro. Seguramente iba pensando,
mientras andaba a campo traviesa, en las tonterías que habría
oído contar y se figuraría ver el fantasma. Pero, con todo, y con
eso, ahora no me gusta salir de noche, ni me agrada quedarme
sola en esta casa tan tétrica. No lo puedo remediar. Así que
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