Page 340 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Joan había traído consigo dos caballos, y los había a atado a corta
distancia de la casa. Hice que montara y después, a pesar de sus ansiosas
protestas, regresé a la mansión. Sólo me aproximé hasta una ventana del
primer piso, y me quedé allí durante unos instantes. Después yo también
monté, y juntos, Joan y yo cabalgamos lentamente por la carretera vieja. Las
estrellas empalidecían y el este empezaba a blanquear con el amanecer que se
aproximaba.
—No me has dicho qué es lo que tiene encantada la casa —dijo Joan con
un susurro—. Pero lo puedo imaginar. ¿Qué vamos a hacer?
En respuesta, me di la vuelta en la silla y señalé con el dedo. Habíamos
doblado un recodo de la carretera vieja y apenas podíamos atisbar la antigua
casa a través de los árboles. Mientras mirábamos, una roja lanza de fuego se
elevó de un salto; el humo subió caracoleando en el cielo de la mañana y,
escasos minutos después, un profundo rugido llegó hasta nosotros mientras el
edificio entero empezaba a desmoronarse en las llamas furiosas, las llamas
que habían surgido del fuego que prendí antes de que nos marcháramos. Los
antiguos siempre han afirmado que el fuego es el destructor final, y, mientras
lo contemplaba, supe que el fantasma del mono muerto había recibido
descanso, y que la sombra de la bestia se había marchado para siempre de los
bosques de pinos.
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