Page 335 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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llegué a un rellano, iluminado por la luna que se derramaba por una ventana.

               El polvo se acumulaba en el suelo como si nada lo hubiera alterado en dos
               décadas,  y  oí  el  susurro  de  alas  de  murciélago  y  el  corretear  de  ratones.
               Ninguna pisada en el polvo delataba la presencia de un hombre, pero estaba
               seguro de que había otras escaleras. Cagle podría haber entrado en la casa a

               través de una ventana.
                    Recorrí  el  pasillo,  un  espantoso  laberinto  de  sombras  negras  y
               amenazadoras y de cuadrados de luz de luna que chorreaban de las ventanas.
               No se oía ningún sonido, excepto las pisadas acolchadas de mis propios pies

               en el grueso polvo del suelo. Pasé una habitación tras otra, pero mi linterna
               sólo revelaba paredes mohosas, techos combados y muebles rotos. Por último,
               cerca del final del pasillo, llegué a una habitación cuya puerta estaba cerrada.
               Me  detuve:  una  sensación  intangible  hizo  que  mis  nervios  se  tensaran.  Mi

               corazón palpitaba. De alguna forma, sabía que al otro lado de aquella puerta
               había algo misterioso… algo amenazador…
                    Cautelosamente, encendí la linterna. El polvo delante de la puerta había
               sido removido: un semicírculo del suelo que había justo delante de la puerta

               estaba limpio. La puerta había sido abierta y cerrada muy poco tiempo antes.
               Probé  el  pomo  con  precaución,  fruncí  el  ceño  por  el  estruendo  que  hizo  y
               esperé una ráfaga de plomo que atravesara la puerta. Reinó el silencio. Abrí la
               puerta de golpe y salté a un lado rápidamente.

                    No hubo ningún disparo, ningún sonido.
                    Agazapado, con el arma lista, eché un vistazo a través del marco y forcé la
               vista. Un leve aroma acre llegó hasta mis narices… pólvora. ¿Había sido en
               esta habitación donde se habían producido los disparos que había oído?

                    La luna se derramaba sobre un alféizar roto, prestando una iluminación
               imprecisa.  Vi  una  forma  oscura  y  abultada  que  tenía  la  apariencia  de  un
               hombre tumbada cerca del centro del piso. Crucé el umbral, me incliné sobre
               la figura y proyecté la luz sobre la cara vuelta hacia arriba.

                    Joan no tendría que volver a temer nunca las amenazas de Joe Cagle, pues
               la figura del suelo era Joe Cagle… y estaba muerto.
                    Cerca de su mano estirada había un revólver. Lo recogí, y descubrí que
               todas  las  recámaras  estaba  llenas  de  cartuchos  vacíos.  Pero  no  presentaba

               ninguna herida. ¿Contra quién había disparado… y qué le había matado?
                    Una segunda mirada a sus rasgos distorsionados me lo reveló. Había visto
               una vez esa mirada en los ojos de un hombre atacado por una serpiente de
               cascabel, un hombre que había muerto de miedo antes de que el veneno del

               reptil tuviera ocasión de matarle. La boca de Cagle estaba abierta; sus ojos




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