Page 332 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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juró haber oído un grito espantoso, y después vio al viajante salir volando por

               una ventana del segundo piso. ¡No se quedó a ver más! Pero lo que dio mala
               fama a la Casa Abandonada en primer lugar fue…
                    Pero  no  estaba  de  humor  para  escuchar  una  larga  y  cansina  historia  de
               fantasmas, o lo que  quiera que el  hombre fuera a  contarme. Casi todas  las

               localidades del Sur tienen su «casa encantada», y las historias ligadas a ellas
               son innumerables.
                    Le interrumpí para preguntar dónde podría encontrar la parte del pelotón
               que  había  penetrado  más  profundamente  en  los  bosques;  y,  tras  recibir  las

               indicaciones, hice que el hombre prometiera que vigilaría a Joan hasta que yo
               regresara. Después me monté en su caballo y me marché.
                    —No  se  pierda  —gritó  mientras  me  iba—.  Los  bosques  son  peligrosos
               para un extraño. Busque la luz de las antorchas del pelotón a través de los

               árboles. ¡No tome la desviación del camino antiguo!
                    Galopando a paso vivo llegué al borde de un camino que conducía hacia
               el bosque en la dirección que deseaba seguir, y allí me detuve. Otra carretera,
               una que era poco más que un sendero apenas definido, se alejaba de aquella

               en ángulo recto. Era la vieja carretera que llegaba hasta la Casa Abandonada.
               Dudé.  No  tenía  tanta  confianza  como  los  demás  en  que  Joe  Cagle  fuera  a
               evitar aquel sitio. Cuanto más pensaba en ello, más tenía la sensación de que
               el fugitivo se habría refugiado allí. Por todo lo que sabía, era un hombre fuera

               de lo normal, un auténtico salvaje, tan bestial, tan inferior en la escala de la
               inteligencia, que ni siquiera las supersticiones de la gente de la localidad le
               afectarían.  ¿Por  qué,  entonces,  no  iba  su  astucia  animal  a  proporcionarle
               cobijo en el último sitio donde sus perseguidores pensarían en buscarle? Esa

               misma  naturaleza  bestial  había  hecho  que  se  burlara  de  los  miedos  de  sus
               congéneres humanos más imaginativos.
                    Tomada la decisión, tiré de las riendas de mi cabalgadura y emprendí el
               camino por la carretera vieja.

                    No hay oscuridad en el mundo tan completamente carente de luz como la
               oscuridad de los bosques de pinos. Los árboles silenciosos se elevaban como
               paredes de basalto a mi alrededor, apagando las estrellas. Excepto por algún
               suspiro ocasional del viento que atravesaba las ramas, o por el grito lejano de

               un búho a la caza, el silencio era tan absoluto como la oscuridad. La quietud
               me  pesaba  abrumadora.  Parecía  sentir  en  la  negrura  que  me  rodeaba  el
               espíritu  de  los  pantanos  inconquistables,  el  enemigo  primitivo  del  hombre
               cuyo  salvajismo  abismal  todavía  desafía  a  su  jactanciosa  civilización.  En

               semejante entorno, cualquier cosa parece posible. En aquellos momentos no




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