Page 329 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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mohosas  del  siglo  pasado.  Sus  zapatillas  estaban  separadas  del  suelo,  pues

               colgaban por los marchitos cuellos de cadenas suspendidas del techo.
                    —¡Las  tres  hermanas  Blassenville!  —murmuró  Buckner—.  Al  final,  la
               señorita Elizabeth no estaba loca.
                    —¡Mire! —Griswell apenas pudo hacer su voz inteligible—. Allí… ¡en

               aquel rincón!
                    La luz se movió y se detuvo.
                    —¿Esa cosa fue una mujer? —susurró Griswell—. Dios, mire qué cara,
               incluso en la muerte. Mire esas manos como zarpas, con garras negras como

               las  de  una  bestia.  Sí,  fue  humana…  incluso  lleva  los  harapos  de  un  viejo
               vestido de baile. ¿Por qué llevaría semejante vestido una doncella mulata?
                    —Esta ha sido su madriguera durante más de cuarenta años —murmuró
               Buckner, meditando sobre la cosa sonriente y espeluznante que estaba tirada

               en el rincón—. Esto le exculpa, Griswell. Una loca con un hacha, eso es todo
               lo  que  necesitan  saber  las  autoridades.  ¡Dios,  qué  venganza!  ¡Qué  atroz
               venganza! Qué naturaleza tan bestial debió de tener desde el principio, para
               sumergirse en el vudú como debió de hacerlo…

                    —¿La  mulata?  —susurró  Griswell,  sintiendo  vagamente  un  horror  que
               eclipsaba todo el resto de los horrores.
                    Buckner agitó la cabeza.
                    —Malinterpretamos los desvaríos del viejo Jacob, y las cosas que escribió

               la señorita Elizabeth. Ella debió de saberlo, pero el orgullo familiar selló sus
               labios. Griswell, ahora lo comprendo; la mulata obtuvo su venganza, pero no
               como suponíamos. No bebió la Poción Negra que el viejo Jacob preparó para
               ella. Era para otra persona, para administrarla en secreto en su comida, o con

               el café, sin duda. Después Joan huyó, dejando que crecieran las semillas del
               infierno que había sembrado.
                    —¿Esa… esa no es la mulata? —susurró Griswell.
                    —Cuando la vi en el vestíbulo supe que no era una mulata. Y los rasgos

               distorsionados siguen reflejando un parecido familiar. He visto su retrato, y
               no  puedo  estar  confundido.  Ahí  yace  la  criatura  que  antaño  fue  Celia
               Blassenville.


















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