Page 327 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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ver las estrellas a través de las ramas negras. Deseó vagamente poder ver a
donde iba. Creía que debía de estar subiendo una colina, y eso era extraño,
porque sabía que no había colinas en millas alrededor de la mansión.
Entonces, por encima y por delante de él, percibió un pálido fulgor.
Avanzó dando tumbos hacia él, pasando por encima de las sombras con
forma de cornisa que cada vez más adquirían una inquietante simetría.
Entonces se sintió horrorizado al notar que un sonido llegaba a sus oídos, un
extraño silbido burlón. El sonido disipó todas las brumas. ¿Por qué, qué era
esto? ¿Dónde estaba? El despertar y la comprensión llegaron como el golpe
aturdidor del mazo de un carnicero. No estaba corriendo por una carretera, ni
subiendo una colina; estaba subiendo por una escalera. ¡Seguía en
Blassenville Manor! ¡Y estaba subiendo por la escalera!
Un grito inhumano brotó de sus labios. Por encima de él, el silbido
enloquecedor se elevó en una música de triunfo demoníaco. Intentó detenerse,
volverse, incluso arrojarse por encima del pasamanos. Su chillido resonaba
insoportable en sus propios oídos. Pero su fuerza de voluntad estaba hecha
añicos. No existía. No tenía voluntad. Había dejado caer su linterna y había
olvidado la pistola que llevaba en el bolsillo. No tenía el mando de su propio
cuerpo. Sus piernas, moviéndose rígidamente, funcionaban como piezas de un
mecanismo separado de su cerebro, obedeciendo una voluntad exterior. Con
fuertes pisadas metódicas, le hacían subir chillando por la escalera hacia el
resplandor mágico que brillaba por encima de él.
—¡Buckner! —gritó— ¡Buckner! ¡Ayúdeme, por amor de Dios!
Su voz se estranguló en la garganta. Había alcanzado el rellano superior.
Avanzó tambaleándose por el vestíbulo. El silbido disminuyó y cesó, pero su
impulso seguía llevándole hacia delante. No podía ver de qué fuente procedía
el pálido resplandor. No parecía emanar de ningún foco central. Pero vio una
figura difusa arrastrarse hacia él. Parecía una mujer, pero ninguna mujer
humana caminó jamás con ese paso acechante, y ninguna mujer humana había
tenido jamás esa cara de horror, ese borrón amarillento y burlón de demencia.
Intentó gritar ante la visión de esa cara, y ante el resplandor del acero afilado
en la mano alzada, semejante a una garra, pero su lengua estaba paralizada.
Entonces algo estalló ensordecedoramente detrás de él, las sombras
quedaron divididas por una lengua de fuego que iluminó una repugnante
figura que caía hacia atrás. Inmediatamente después del estampido sonó un
graznido inhumano.
En la oscuridad que siguió al relámpago, Griswell cayó de rodillas y se
cubrió la cara con las manos. No oyó la voz de Buckner. La mano del sureño
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