Page 322 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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madera. El viejo Jacob la molestó, y le mordió. No hay nada sobrenatural en

               eso.
                    Después de un corto silencio dijo, con voz distinta:
                    —Esta ha sido la primera vez que he visto a una serpiente de cascabel
               atacar  sin  aviso;  y  la  primera  vez  que  he  visto  una  serpiente  con  una  luna

               creciente blanca en la cabeza.
                    Estaban entrando en la carretera principal antes de que ninguno de los dos
               volviera a hablar.
                    —¿Cree que la mulata, Joan, lleva todos estos años acechando en la casa?

               —preguntó Griswell.
                    —Ya  ha  oído  lo  que  dijo  Jacob  —contestó  Buckner  hoscamente—.  El
               tiempo no significa nada para una zuvembie.
                    Mientras doblaban la última curva del camino, Griswell se preparó para la

               visión  de  Blassenville  Manor  cerniéndose  contra  el  ocaso  rojo.  Cuando
               apareció a la vista, se mordió el labio para no gritar. El presentimiento de un
               horror críptico volvió a dominarle con toda su fuerza.
                    —¡Mire!  —susurró  con  labios  resecos  cuando  se  detuvieron  junto  a  la

               carretera. Buckner gruñó.
                    De  las  barandillas  de  la  galería  se  elevó  una  nube  de  palomas  que  se
               perdieron en el ocaso, negras contra el rojo resplandor.


                                          3. LA LLAMADA DE LA ZUVEMBIE


                    Ambos  hombres  permanecieron  rígidamente  sentados  durante  algunos

               momentos después de que las palomas se hubieran marchado.
                    —Bueno, por fin las he visto —murmuró Buckner.
                    —Puede que sólo los condenados las vean —susurró Griswell—. Aquel
               vagabundo las vio…

                    —Bueno, ya veremos —repuso el sureño tranquilamente, mientras salía
               del  coche,  pero  Griswell  notó  que  inconscientemente  adelantaba  su  arma
               enfundada.
                    La puerta de roble colgaba de bisagras rotas. Sus pies reverberaron sobre

               el camino de ladrillos partidos. Las ventanas ciegas reflejaban el atardecer en
               láminas de llamas. Mientras se acercaban al amplio vestíbulo, Griswell vio la
               hilera  de  marcas  negras  que  recorría  el  piso  y  llegaba  hasta  la  habitación,
               señalando el camino de un hombre muerto.

                    Buckner  había  sacado  unas  mantas  del  automóvil.  Las  extendió  ante  la
               chimenea.





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