Page 320 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—No debo hablar de ello —murmuró el viejo, y Griswell comprendió que

               estaba pensando en voz alta, demasiado desquiciado en su chochez para ser
               consciente de que estaba pronunciando las palabras—. Ningún hombre blanco
               debe  saber  que  he  bailado  en  la  Ceremonia  Negra  del  vudú,  y  que  fui
               convertido en un hacedor de zombis… y zuvembies. La Gran Serpiente castiga

               las lenguas sueltas con la muerte.
                    —¿Una zuvembie es una mujer? —exclamó Buckner.
                    —Fue  una  mujer  —murmuró  el  viejo  negro—.  Ella  sabía  que  yo  era
               hacedor  de  zuvembies.  Vino  y  estuvo  en  mi  cabaña  y  me  pidió  la  poción

               espantosa,  la  poción  de  huesos  de  serpiente  del  suelo,  y  de  la  sangre  de
               murciélagos  vampiros,  y  del  rocío  de  las  alas  del  chotacabras,  y  de  otros
               elementos  innombrables.  Ella  había  bailado  en  la  Ceremonia  Negra,  estaba
               madura para convertirse en una zuvembie. Sólo necesitaba la Poción Negra.

               La otra era hermosa. No pude rehusar.
                    —¿Quién? —exigió Buckner tensamente, pero la cabeza del anciano se
               había hundido sobre su pecho marchito, y no replicó. Parecía haberse quedado
               dormido sentado. Buckner le agitó—. Diste una poción para convertir a una

               mujer en una zuvembie. ¿Qué es una zuvembie?
                    El viejo se removió resentido y murmuró soñoliento.
                    —Una zuvembie ya no es humana. No tiene parientes ni amigos. Es una
               con la gente del Mundo Negro. Gobierna a los demonios naturales: los búhos,

               los murciélagos, las serpientes, y los hombres lobo, y puede traer oscuridad
               para apagar una luz pequeña. Puede morir por el plomo o el acero, pero a
               menos que se la mate así, vive para siempre, y no come comida como la que
               comen los humanos. Habita como un murciélago en una cueva o en una casa

               vieja. El tiempo no significa nada para la zuvembie; una hora, un día, un año,
               todo es lo mismo. No puede hablar con palabras humanas, ni pensar como
               piensa un humano, pero puede hipnotizar a los vivos con el sonido de su voz,
               y cuando mata a un hombre, puede gobernar su cuerpo sin vida hasta que la

               carne  se  queda  fría.  Mientras  fluya  la  sangre,  el  cadáver  será  su  esclavo.
               Obtiene placer matando seres humanos.
                    —¿Y  por  qué  querría  alguien  convertirse  en  zuvembie?  —preguntó
               suavemente Buckner.

                    —Por odio —susurró el viejo—. ¡Por odio! ¡Por venganza!
                    —¿Su nombre era Joan? —murmuró Buckner.
                    Fue como si el nombre atravesara la niebla de la senilidad que ofuscaba la
               mente del hombre-vudú. Se sacudió y el velo cayó de sus ojos, dejándolos

               duros y resplandecientes como el mármol negro cuando está húmedo.




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