Page 318 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—¡Vudú! —murmuró—. Lo había olvidado. Nunca he podido pensar en
la magia negra en relación con el Sur. Para mí, la brujería siempre ha estado
asociada a viejas calles tortuosas en ciudades portuarias, suspendidas de
tejados puntiagudos que ya eran antiguos cuando ahorcaban brujas en Salem;
a oscuros y lóbregos callejones donde gatos negros y otras cosas se deslizan
por la noche. La brujería siempre significó para mí las viejas ciudades de
Nueva Inglaterra. Pero esto es más espantoso que cualquier leyenda de Nueva
Inglaterra, estos pinos sombríos, estas viejas casas desiertas, estas
plantaciones perdidas, estos negros misteriosos, estas historias antiguas de
locura y horror. ¡Dios, qué espantosos y antiguos terrores hay en este
continente que los necios llaman «nuevo»!
—Aquí está la cabaña del viejo Jacob —anunció Buckner, deteniendo el
automóvil.
Griswell vio un claro y una pequeña choza achaparrada bajo las sombras
de los enormes árboles. Allí los pinos dejaban paso a los robles y los cipreses,
con su barba de moho gris, y detrás de la cabaña estaba el borde de un
pantano que se extendía bajo la penumbra de los árboles, ahogado por la alta
vegetación. Una fina espiral de humo azul se elevaba de la chimenea de leña y
barro.
Siguió a Buckner hasta la pequeña terraza, donde el sheriff abrió la puerta
con bisagras de piel y entró. Griswell pestañeó ante la relativa penumbra del
interior. Una única y pequeña ventana dejaba entrar algo de luz. Un viejo
negro se acuclillaba junto al fuego, vigilando un cazo de estofado que había
sobre las llamas. Alzó la mirada cuando entraron, pero no se levantó. Parecía
increíblemente viejo. Su rostro era una masa de arrugas, y sus ojos, oscuros y
vitales, a veces parecían velados como si su mente divagase.
Buckner indicó a Griswell que se sentara en una silla con asiento de
mimbre, y él mismo ocupó un burdo banco cercano a la hoguera, frente al
viejo.
—Jacob —dijo directamente—, ha llegado la hora de que hables. Sé que
conoces el secreto de Blassenville Manor. Nunca te he preguntado al respecto,
porque no era asunto mío. Pero anoche fue asesinado allí un hombre, y el
hombre aquí presente podría ser ahorcado por ello, a menos que tú me digas
qué acecha en la vieja casa de los Blassenville.
Los ojos del viejo centellearon, y luego se volvieron brumosos como si las
nubes de la edad extrema cruzaran su frágil mente.
—Los Blassenville —murmuró, y su voz era melodiosa y profunda, su
habla no era la jerga de los morenos de los pinares—, eran gente orgullosa,
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