Page 315 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Griswell se quedó blanco, pero respondió tan resueltamente como sus
antepasados podrían haber expresado su decisión de defender sus cabañas de
las garras de los pequotes.
—Lo haré.
—Entonces, vamos; ayúdeme a cargar el cuerpo en su auto.
El alma de Griswell se revolvió ante la imagen del rostro sin vida de John
Branner bajo el frío amanecer blanco, y ante el tacto de su carne húmeda. La
niebla gris envolvía con delgados tentáculos sus pies mientras llevaban su
macabra carga a través del jardín.
2. LA HERMANA DE LA SERPIENTE
Una vez más, las sombras se alargaban sobre los pinares, y una vez más
dos hombres llegaron dando botes por la vieja carretera en un coche con
matrícula de Nueva Inglaterra.
Conducía Buckner. Los nervios de Griswell estaban demasiado afectados
para confiarle el volante. Tenía un aspecto demacrado y ojeroso, y su rostro
seguía estando pálido. La tensión del día pasado en la cabeza del condado se
había sumado al horror que todavía embargaba su alma como la sombra de un
buitre de alas negras. No había dormido, ni había saboreado lo que había
comido.
—Le dije que le hablaría de los Blassenville —dijo Buckner—. Fueron
gente orgullosa, arrogante y capaces de ser implacables cuando se empeñaban
en algo. No trataban a sus negros tan bien como otros plantadores, creo que
trajeron sus propias ideas de las Antillas. Había una vena de crueldad en ellos,
especialmente en la señorita Celia, la última de la familia que llegó a esta
región. Eso fue mucho después de que los esclavos hubieran sido liberados,
pero ella solía azotar a su doncella mulata como si fuera una esclava, según
dicen los mayores… Los negros decían que cuando un Blassenville moría, el
diablo siempre estaba esperándole entre los pinos negros.
»Bueno, después de la Guerra Civil fueron muriendo bastante rápido, y
vivieron en la pobreza, en la plantación que dejaron arruinarse. Por fin, sólo
quedaron cuatro chicas, hermanas, que vivían en la casa y se ganaban la vida
a duras penas, con algunos negros que vivían en las viejas cabañas de
esclavos y trabajaban los campos. Eran reservadas, por orgullo, y se
avergonzaban de su pobreza. La gente podía pasarse meses enteros sin verlas.
Cuando necesitaban suministros, enviaban a un negro a la ciudad para
conseguirlos.
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