Page 317 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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la  puerta  de  abajo,  con  algunos  pelos  de  la  señorita  Elizabeth  pegados,  tal

               como  ella  había  dicho.  No  quiso  volver  para  enseñarles  cómo  encontrar  la
               puerta secreta; casi se volvió loca cuando se lo sugirieron.
                    »Cuando estuvo en condiciones de viajar, la gente reunió algo de dinero y
               se  lo  prestó  (todavía  tenía  demasiado  orgullo  para  aceptar  la  caridad)  y  se

               marchó  a  California.  No  volvió  nunca,  pero  más  tarde  se  supo,  cuando
               devolvió el dinero que le habían prestado, que se había casado allí.
                    »Nadie  compró  jamás  la  casa.  Se  quedó  tal  y  como  ella  la  dejó,  y  a
               medida que fueron pasando los años, la gente le fue robando los muebles; los

               pobres blancos de la zona, supongo. A un negro no se le habría ocurrido. Pero
               venían después de que hubiera salido el sol y se marchaban antes de que se
               pusiera.
                    —¿Qué pensó la gente de la historia de la señorita Elizabeth? —preguntó

               Griswell.
                    —Bueno, la mayoría de la gente pensó que se había vuelto un poco loca
               de vivir sola en la casa. Pero algunos creyeron que aquella chica mulata, Joan,
               no  huyó  en  realidad.  Creían  que  se  había  escondido  en  los  bosques,  y  que

               había saciado su odio hacia los Blassenville asesinando a la señorita Celia y
               las tres muchachas. Peinaron los bosques con sabuesos, pero no encontraron
               ni  rastro  de  ella.  Si  había  una  habitación  secreta  en  la  casa,  puede  que  se
               hubiera escondido allí… si es que había algo de realidad en esa teoría.

                    —Podría haber permanecido escondida allí todos estos años —murmuró
               Griswell—. En cualquier caso, la cosa que hay en la casa ahora no es humana.
                    Buckner  giró  el  volante  y  siguió  una  débil  pista  que  abandonaba  la
               carretera principal y serpenteaba entre los pinos.

                    —¿Adónde va?
                    —Hay  un  viejo  negro  que  vive  a  unas  millas,  por  aquí  cerca.  Quiero
               hablar con él. Nos enfrentamos a algo que exige más de lo que puede ofrecer
               la razón del hombre blanco. Los negros saben más que nosotros sobre algunas

               cosas.  Este  viejo  tiene  casi  cien  años.  Su  amo  le  educó  cuando  era  un
               muchacho,  y  después  de  que  le  liberasen,  viajó  más  de  lo  que  viajan  la
               mayoría de los blancos. Dicen que es un hombre vudú.
                    Griswell se estremeció al oír la expresión, mirando incómodo las paredes

               verdes del bosque que los rodeaba. El aroma de los pinos se mezclaba con los
               olores  de  las  plantas  y  las  flores  desconocidas.  Pero  por  debajo  de  todo
               subyacía un hedor de putrefacción y decadencia. Una vez más un enfermizo
               aborrecimiento hacia estos bosques misteriosos estuvo a punto de abrumarle.







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