Page 323 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—Me echaré junto a la puerta —dijo—. Usted túmbese donde lo hizo
anoche.
—¿Encendemos un fuego en el hogar? —preguntó Griswell, temiendo la
idea de la negrura que envolvería los bosques cuando el breve crepúsculo se
hubiera extinguido.
—No. Usted tiene una linterna y yo también. Nos tumbaremos en la
oscuridad y veremos qué pasa. ¿Sabe utilizar el arma que le di?
—Supongo que sí. Nunca he disparado un revólver, pero sé cómo se hace.
—Bueno, déjeme disparar a mí, si es posible.
El sheriff se sentó con las piernas cruzadas sobre sus mantas y vació el
cilindro de su gran Colt azul, inspeccionando cada cartucho con ojo crítico
antes de sustituirlo.
Griswell merodeaba dando vueltas nervioso, temiendo el lento extinguirse
de la luz como un avaro teme que se agote su oro. Se apoyó con una mano en
la repisa de la chimenea, mirando las cenizas cubiertas de polvo. El fuego que
produjo esas cenizas debía de haber sido encendido por Elizabeth
Blassenville, hacía mucho más de cuarenta años. La idea era deprimente.
Ociosamente, removió las cenizas polvorientas con la punta del pie. Algo
salió a la vista entre los restos calcinados, un pedazo de papel, manchado y
amarillento. Todavía sin ningún interés especial, se inclinó y lo sacó de las
cenizas. Era una libreta con mohosas tapas de cartón.
—¿Qué ha encontrado? —preguntó Buckner, echando un vistazo al
resplandeciente cañón de su arma.
—Nada más que una vieja libreta. Parece un diario. Las páginas están
cubiertas de escritura, pero la tinta está tan borrosa, y el papel se encuentra en
tal estado de degradación que no puedo distinguir demasiado. ¿Cómo supone
que acabó en la chimenea, sin quemarse?
—Lo arrojarían mucho después de que se extinguiera el fuego —
conjeturó Buckner—. Probablemente lo encontró y lo arrojó a la chimenea
alguien que entró aquí a robar muebles. Seguramente alguien que no sabía
leer.
Griswell pasó las hojas quebradizas con indiferencia, forzando la vista
bajo la luz menguante para distinguir los amarillentos garabatos. De pronto se
puso rígido.
—¡Aquí hay una entrada legible! ¡Escuche!
Leyó:
—«Sé que hay alguien en la casa aparte de mí. Puedo oír a alguien
merodeando por la noche, cuando el sol se ha puesto y los pinos están negros.
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