Page 326 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Su voz cesó, y en el silencio, Griswell oyó el latido de su propio corazón.
Fuera, en los bosques negros, un lobo aulló escalofriantemente, y los búhos
ulularon. Después el silencio cayó de nuevo como una niebla negra.
Griswell se obligó a permanecer inmóvil entre sus mantas. El tiempo
pareció detenerse. Sentía como si se estuviera ahogando. La tensión se estaba
volviendo insoportable; el esfuerzo que hizo para controlar sus agotados
nervios hizo que sus miembros se bañaran en sudor. Apretó los dientes hasta
que las mandíbulas le dolieron y casi se quedaron enganchadas, y las uñas de
sus dedos se hundieron profundamente en sus palmas.
No sabía lo que esperaba. El demonio atacaría de nuevo, ¿pero cómo?
¿Sería un horrible y dulce silbido, serían pies desnudos deslizándose por los
escalones crujientes, o un repentino golpe de hacha en la oscuridad? ¿Le
elegiría a él o a Buckner? ¿Estaría muerto ya Buckner? No podía ver nada en
la negrura, pero oía la respiración regular del hombre. El sureño debía de
tener nervios de acero. ¿O tal vez no fuera Buckner quien estaba respirando a
su lado, apenas separado por una estrecha franja de oscuridad? ¿Acaso el
demonio ya había atacado en silencio y había ocupado el lugar del sheriff,
para tumbarse con macabra alegría hasta que estuviera listo para atacar? Mil
espantosas fantasías atacaban ferozmente a Griswell.
Empezó a sentir que se volvería loco si no se ponía en pie, chillando, y
salía corriendo de aquella casa maldita. Ni siquiera el temor a la horca podría
mantenerle tumbado en la oscuridad más tiempo. El ritmo de la respiración de
Buckner se vio repentinamente alterado, y Griswell sintió como si le hubieran
echado un cubo de agua helada por encima. Desde algún lugar de arriba llegó
el sonido de un extraño y dulce silbido…
Griswell perdió el control, hundiendo su cerebro en la oscuridad más
profundamente de lo que la oscuridad física le había rodeado. Hubo un
momento de absoluta negrura, en el cual un sentimiento de movimiento fue su
primera sensación de despertar de la conciencia. Echó a correr,
enloquecidamente, tropezando, por una carretera increíblemente desigual.
Todo lo que tenía alrededor era oscuridad, y corría a ciegas. Comprendió
vagamente que debía de haber escapado de la casa, y había corrido durante lo
que tal vez fueran millas antes de que su extenuado cerebro empezara a
funcionar. No le importaba; morir en la horca por un crimen que no cometió
no le aterrorizaba ni la mitad que la idea de regresar a aquella casa del horror.
Se sintió dominado por el ansia de correr, correr, correr, como corría ahora, a
ciegas, hasta que llegó al final de su resistencia. La niebla todavía no se había
disipado en su cerebro, pero era consciente de un sombrío prodigio; no podía
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