Page 330 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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LA SOMBRA DE LA BESTIA



                                                 The Shadow of the Beast


                                               ¡Cuando brillen las estrellas malignas
                                               O la luz de la luna ilumine el Oriente,
                                               Que el Dios del Cielo nos guarde de
                                               La Sombra de la Bestia!






                    La locura empezó con el estallido de una pistola. Un hombre cayó con una
               bala en el pecho, y el hombre que había hecho el disparo se volvió para huir,
               gruñendo una breve amenaza a la muchacha de cara pálida que permanecía en

               pie, paralizada por el horror; después se escurrió entre los árboles al borde del
               campamento,  semejante  a  un  simio  con  sus  anchas  espaldas  y  sus  andares
               encorvados.

                    En  menos  de  una  hora,  hombres  de  rostro  serio  estaban  peinando  los
               bosques de pinos con armas en la mano, y a lo largo de toda la noche continuó
               la horripilante cacería, mientras la víctima del fugitivo luchaba por su vida.
                    —Ahora  está  tranquilo;  dicen  que  vivirá  —dijo  Joan  al  salir  de  la
               habitación donde yacía su hermano pequeño. Después se desplomó sobre una

               silla y dejó paso a un estallido de lágrimas.
                    Me senté junto a ella y la consolé como se consuela a una niña. La amaba,
               y ella había dado pruebas de que correspondía a mi afecto. Era mi amor por

               ella  lo  que  me  había  arrastrado  desde  mi  rancho  de  Texas  hasta  los
               campamentos  de  madera  a  la  sombra  de  los  bosques  de  pinos,  donde  su
               hermano vigilaba los intereses de su empresa. Yo había llegado a mi destino
               apenas una hora antes del tiroteo.

                    —Dame  los  detalles  de  lo  que  ha  pasado  —dije—.  No  he  conseguido
               escuchar un relato coherente.
                    —No hay mucho que contar —contestó lánguidamente—. El nombre de
               ese hombre es Joe Cagle, y es malo, en todos los sentidos de la palabra. Le

               había visto dos veces asomándose a mi ventana, y esta mañana saltó desde
               detrás de un montón de madera y me agarró por el brazo. Yo grité, y Harry



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