Page 334 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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La luna brillaba escalofriantemente a través de los árboles, proyectando

               sombras negras y arrojando una luz embrujada y engañosa sobre el terreno.
               Bajo  esta  luz  imprecisa,  vi  que  la  casa  había  sido  antaño  una  mansión  del
               viejo tipo colonial. Mientras permanecía sentado durante un momento en mi
               silla, una visión de la gloria perdida pasó por mis pensamientos… una visión

               de  grandes  plantaciones,  coroneles  sureños  aristocráticos,  bailes,  fiestas,
               caballerosidad…
                    Todo  había  desaparecido  ahora…  aniquilado  por  la  Guerra  Civil.  Los
               pinos  crecían  donde  los  campos  de  la  plantación  habían  florecido,  los

               caballeros  y  sus  damas  hacía  mucho  que  habían  muerto  y  habían  sido
               olvidados, la mansión se había desmoronado en las ruinas y la decadencia…
                    Y  ahora,  ¿qué  amenaza  acechaba  en  aquellas  habitaciones  oscuras  y
               polvorientas donde los ratones roían y los búhos dormitaban?

                    Me bajé de la silla y, al hacerlo, mi caballo bufó súbitamente y retrocedió
               de forma violenta sobre sus cuartos traseros, arrancándome las riendas de las
               manos. Intenté agarrarlas de nuevo, pero se dio la vuelta y se alejó al galope,
               desapareciendo  como  la  sombra  de  un  duende  en  la  penumbra.  Me  quedé

               parado, sin habla, escuchando el estruendo menguante de las pezuñas de mi
               montura,  y  sentí  un  dedo  frío  recorriendo  mi  espina  dorsal.  No  es  una
               experiencia agradable la de ver cómo pierdes tan repentinamente tu medio de
               huida en un entorno tan amenazador.

                    Sin embargo, no había venido a huir del peligro. Avancé decididamente
               hacia la ancha terraza, una pesada pistola en una mano y una linterna apagada
               en  la  otra.  Los  enormes  pilares  se  elevaban  sobre  mí,  y  la  puerta  se  abrió
               girando sobre bisagras rotas. Encendí mi linterna y barrí el amplio vestíbulo

               con  un  rayo  de  luz,  pero  lo  único  que  encontraron  mis  ojos  fue  polvo  y
               decadencia.
                    Apagué la luz y entré cautelosamente.
                    Mientras estaba parado en el vestíbulo, intentando acostumbrar mis ojos a

               la  penumbra,  comprendí  que  estaba  haciendo  una  de  las  cosas  más
               imprudentes  que  se  pueden  hacer.  Si  Joe  Cagle  estaba  escondido  en  algún
               lugar de la casa, lo único que tenía que hacer era esperar hasta que encendiera
               la luz… y entonces llenarme de plomo.

                    Pero también volví a acordarme de sus amenazas hacia Joan, que en este
               mismo  momento  sin  duda  esperaba  indefensa  y  temerosa  mi  regreso.  Mi
               decisión se sintió reforzada. Si Joe Cagle estaba en aquella casa, iba a morir.
                    Me acerqué a las escaleras, sintiendo instintivamente que, si el fugitivo

               estuviera en la casa, estaría en algún lugar del segundo piso. Subí a tientas y




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