Page 337 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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que  había  visto  una  cosa  tan  indescriptiblemente  horrible  que  había  hecho

               añicos su cerebro y le había arrebatado la vida. Y aquí estaba yo, a solas con
               el monstruo desconocido…
                    ¿Qué era eso? ¡El crujido de antiguas bisagras! Me apreté contra la pared,
               la  sangre  helada.  ¡La  puerta  a  través  de  la  cual  había  entrado  estaba

               abriéndose lentamente! Una repentina ráfaga de viento se coló. La puerta se
               abrió de par en par…
                    Pero yo, que me había preparado para encontrarme con la visión de algún
               horror enmarcado en la abertura, vi… ¡nada!

                    La luz de la luna, como en todas las habitaciones a este lado del vestíbulo,
               se derramaba a través de la puerta de entrada y caía sobre la pared opuesta. Si
               alguna cosa invisible estaba entrando desde esa habitación adyacente, la luz
               de la luna no quedaba a su espalda. Pero una sombra distorsionada cayó sobre

               la  pared  iluminada  por  la  luna,  ¡una  sombra  que  creció  como  si  fuera
               proyectada por algún ser que estuviera avanzando!
                    Aunque el ángulo desde el cual era proyectada la deformaba, la distinguí
               con  claridad,  una  figura  gruesa,  que  se  arrastraba,  encorvada,  la  cabeza

               echada  hacia  adelante,  los  largos  brazos  de  aspecto  humano  colgando,
               extrañamente humana, pero temiblemente inhumana. Todo eso lo adiviné en
               la sombra que se aproximaba, aunque no vi ninguna figura sólida que pudiera
               proyectarla.

                    Entonces  el  pánico  me  dominó  y  disparé  el  revólver  una  y  otra  vez  a
               través  de  la  puerta  de  entrada  vacía  que  tenía  delante,  llenando  la  casa
               deshabitada de ecos de explosiones y del acre olor de la pólvora. Después,
               desesperado, envié la última bala a través de la sombra que se deslizaba, igual

               que debió de hacerlo Joe Cagle en el último y terrible momento que precedió
               a su muerte. El percutor cayó hueco sobre un cartucho vacío y arrojé el arma
               vacía salvajemente contra la amenaza invisible. Ni por un instante se detuvo
               la cosa que no se veía. Ahora la sombra estaba casi encima de mí.

                    Mientras  retrocedía  tambaleándome,  mis  manos  que  palpaban  a  ciegas
               encontraron la puerta, y agarraron el pomo. La puerta no se movió… ¡estaba
               cerrada  con  llave!  En  la  pared  que  tenía  al  lado,  la  sombra  se  irguió
               amenazadora, negra y horripilante. Dos grandes brazos semejantes a árboles

               se levantaron…
                    Con un grito, arrojé todo mi peso contra la puerta. Cedió con un golpe que
               la hizo astillas, y caí a la habitación que había detrás.
                    El resto fue una pesadilla. Me levanté sin mirar atrás y salí corriendo al

               vestíbulo. Al extremo opuesto vi, como a través de una bruma, el rellano de la




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