Page 103 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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gelatinoso. En el centro de esta masa de agua tremolaba y se estremecía una
cordillera. El coloso se desperezó y se desenroscó con satánica majestad,
alertado por el chirrido de unas alas diminutas. Le susurró.
§
Miller se despertó con los gritos implorantes de Calhoun.
Provenían de la dirección de la torre. Los llamaba por su nombre,
angustiado, y su voz sonaba alta y clara. Comenzó a desgañitarse como aquel
que ha sido enterrado con vida, o ahorcado con alambre de espino, o rociado
con gas mostaza. Tendido entre las sombras, Miller contempló la luz
moribunda de las llamas que tiritaba en la pared de la cueva. Calhoun
continuó profiriendo alaridos, y todos fingieron no oírlo.
§
Más tarde aún, con la noche cerrada como una venda sobre los ojos, Stevens
zarandeó a Miller.
—Algo anda mal.
—Ay, qué leche, Jesús —masculló Ruark, que instantes después encendió
el farol portátil. Miller se disponía a maldecir al anciano por revelar su
posición cuando reparó en el motivo de la alarma: Horn había desaparecido,
secuestrado delante de sus mismas narices. Un rastro de gotitas y manchas de
sangre se internaba en el túnel, en la oscuridad—. ¡Esos malnacidos se han
llevado a Thad!
Como en respuesta a la luz, un gemido tenue, espectral, despertó ecos en
el pasadizo desde las abismales profundidades subterráneas. «Ayudadme,
chicos. Ayudadme». Al menos eso fue lo que entendió Miller. La distancia y
la acústica podrían haber moldeado a su antojo el ulular del viento que corría
por las chimeneas de roca.
—Señor, Señor —murmuró Bane. Su aspecto era sobrecogedor, con la
barba y la chaqueta cubiertas de sangre. Podría haber pasado por un cadáver
parlante—. Es el chico.
—No es él —dijo Stevens.
—El muchacho está muerto. —Con los ojos humedecidos, Miller se
esforzó por evitar que le temblara la voz—. Quienquiera que sea el que berrea
por ese túnel no es nuestro amigo.
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