Page 105 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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—¿Un pitillo? —preguntó Stevens. Encendió dos Old Mills y le pasó uno
a Miller. Fumaron y abrieron bien los oídos, pero no había nada que escuchar
salvo el viento, el murmurar de las ramas en el exterior—. No se lo llevaron
por la fuerza —observó Stevens, al cabo—. El chaval se fue a rastras.
—¿Cómo lo sabes? Estaba prácticamente en las últimas.
—«Prácticamente», pero no por completo, ¿verdad? Oí cómo hablaban
con él, susurrando al abrigo de la oscuridad. Frases sueltas, nada más.
Suficiente… le pedían que fuera con ellos. Y eso fue lo que hizo.
—Qué persuasivos —dijo Miller—. No diste la voz de alarma.
—No sabría explicarlo. Estaba paralizado como por la picadura de una
serpiente, congelado como un témpano de hielo. Era como si mi cuerpo se
hubiera quedado dormido pero aún pudiese enterarme de todo lo que pasaba.
Estaba cagado de miedo.
Miller pegó una calada al cigarro.
—No te culpo.
—Volví en mí al cabo de un rato. El chaval ya se había marchado. Fueran
quienes fuesen, se largó con ellos.
—Y ahora Moses y Ruark también.
—Lo que dije acerca de lo que vimos en el túnel no era toda la verdad.
—Vaya.
—No me pareció que sirviera de nada elaborar al respecto. Túnel adentro,
no muy lejos, el camino desemboca en una caverna. No sé cómo es de grande,
nuestra luz solo alcanzaba a rozar las paredes y el techo. Había caídas al vacío
y más pasadizos que se alejaban serpenteando en todas direcciones. Pero solo
nos adentramos unos cuantos pasos. Vimos una columna, tan alta como
llegaba a iluminar el farol. Ancha en la base, como una pirámide, hecha de
rocas resbaladizas y lustrosas por las filtraciones de agua. Solo que no eran
simples rocas. Había esqueletos cimentados entre medias. Cientos y cientos,
diría yo. Pequeños. A la altura de los ojos había un agujero. Tan liso como la
mirilla de este rifle, más o menos del tamaño de mi puño. Completamente
negro, un negro sólido y reluciente que reflejaba la luz del farol contra
nosotros. No quisimos acercarnos demasiado, a cuenta de los esqueletos,
dimos media vuelta y salimos corriendo. Vi algo mientras nos girábamos,
antes de empezar a darnos con los pies en el culo… Ahora el agujero era tan
alto como yo, y se había ensanchado tanto que podría haberme colado dentro
de un salto. Emitía un sonido procedente de algún lugar tan profundo y lejano
que no quiero ni imaginármelo. Un sonido que no era para los oídos, sino de
los que se notan en los huesos. Te hacía sentir bien y mal al mismo tiempo.
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