Page 29 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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Calala, calamar
                            no volverás al mar.
                            Cololo, colomar
                            te han dejado atrás.
                            Iya, Iya. Fata gan iya.
                            Iya, Iya, el amo ya no está.



                    Siente un pinchazo en los dedos, como si hubiese recibido una descarga
               eléctrica.  La  sacudida  hace  que  los  dedos  se  le  separen  y  el  nódulo  caiga
               haciendo ruido sobre la mesa. Al mirarse las puntas de los dedos, ve que se le

               han quedado marcados con unas pequeñas manchas blancas de congelación.
                    Pincha una de las manchas con la punta del lápiz, pero no siente nada. Sin
               embargo,  el  nódulo  se  ha  cubierto  de  escarcha  y  unas  frágiles  plumas
               puntiagudas  se  fusionan  a  partir  de  la  humedad  presente  en  el  aire.  Acto
               seguido, desaparecen con el calor de su aliento, se derriten y forman gotas de

               agua casi imposibles de distinguir de la nudosa superficie del objeto.
                    Harding se sirve del corcho para empujar el nódulo, lo hace rodar hasta el
               tubo  y  lo  tapa  con  fuerza.  A  continuación,  se  levanta  para  cepillarse  los

               dientes y ponerse el pijama.
                    Nervioso  sin  motivo  alguno,  antes  de  retirar  el  cobertor  comprueba
               compulsivamente su maleta. De un estuche que se encuentra en el fondo saca
               una  pistola  automática,  una  Colt  1911,  que  mete  debajo  de  la  almohada  al

               ahuecarla.
                    Tras meditarlo brevemente, también introduce el vial con el nódulo, que
               ya no está frío.



                                                            §



               ¡Blam! No es una tormenta, no, y menos con el mar en calma y en una noche
               sin viento, entre los cascos pintados de los barcos pesqueros perfectamente
               amarrados  al  muelle.  Sin  embargo,  hay  algo  enorme  que  se  alza  y  avanza

               hacia Harding, como si lo persiguiese una gigantesca burbuja transparente. Su
               pared  iridiscente,  que  refleja  el  arcoíris,  igual  que  en  la  ilustración  de
               Audubon, se le queda grabada en la retina como si fuese de nitrato de plata.
               ¿Está  soñando?  Debe  de  estar  soñando,  porque  hace  tan  solo  un  segundo

               estaba en la cama con su pijama de franela a rayas azules, despierto, frotando
               las yemas de los dedos entre sí, entumecidas. Ahora se agacha para esquivar
               al monstruo que se alza ante él y se gira inútilmente, presa del pánico.
                    Cuando se da cuenta de que no ha podido escapar, no se sorprende.






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