Page 28 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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enfría. Es curioso, piensa, que los antiguos pueblos nativos del noreste —los

               passamaquoddy, que dieron nombre al pueblecito costero donde se encuentra
               — se acercasen tanto a la verdad empírica a través de la pura superstición.
               Los  shoggoths  son  un  fósil  viviente,  unos  seres  que  han  permanecido
               prácticamente inalterados salvo en tamaño desde los albores del mundo…

                    Se  queda  mirando  fijamente,  sin  verla,  la  cuidadosa  caligrafía  sobre  el
               papel y, con la mano que le queda libre, coge la taza de café. Está tibio y en la
               parte de arriba la leche se ha cuajado y ha formado una capa de grasa, pero
               Harding se enjuaga la boca con aquel mejunje y se lo traga de todos modos.

                    Si  un  shoggoth  es  inmortal  y  carece  de  enemigos  naturales,  ¿cómo  es
               posible que no se hayan extendido por el mundo entero? ¿Cómo puede ser
               que  se  trate  de  unos  animales  poco  comunes  y  que  no  hayan  infestado  los
               mares,  como  en  la  famosa  parábola  que  ilustra  lo  que  sucedería  si

               sobreviviese hasta la última hueva de cada ostra?
                    Hay diferentes especies de shoggoth. Y poblaciones muy distintas dentro
               de cada una de esas especies. Existe un registro de fósiles que da a entender
               que  las  especies  prehistóricas  eran  diferentes,  al  menos  en  tamaño,  en  los

               tiempos de la megafauna. Pero al igual que nadie ha visto nunca un shoggoth
               muerto,  nadie  ha  podido  ver  tampoco  una  cría  de  shoggoth.  Harding  se
               plantea una pregunta ineludible: si un animal no se reproduce, ¿cómo puede
               evolucionar?

                    Harding, que mira preocupado la superficie vítrea del nódulo, cree haber
               encontrado  la  respuesta.  Comienza  a  vislumbrarla  con  una  claridad
               desasosegante y eufórica, una idea tambaleante tan diáfana que casi tiene el
               impulso  de  desconfiar  de  ella  únicamente  por  eso.  No  se  trata  de  una

               revelación de la misma magnitud, por supuesto, pero se pregunta si Newton
               también  se  sintió  así  cuando  comprendió  el  concepto  de  gravedad,  y  si
               Darwin experimentó lo mismo al examinar los picos de un pinzón tras otro.
                    Lo que evoluciona no es la especie de los shoggoths, sino cada individuo,

               cada animal por su cuenta.
                    «No  te  emociones,  Paul»,  se  dice,  y  coge  las  páginas  manuscritas
               restantes.  Sin  embargo,  no  queda  gran  cosa  por  leer,  ya  que  el  resto  del
               capítulo consiste principalmente en anécdotas de segunda mano y fragmentos

               de leyendas.
                    La  que  más  gracia  le  hace  es  una  cancioncilla,  un  poema  infantil  con
               sílabas fuera de sitio. Lo recita entre dientes sin poder quitarse de la cabeza
               «La arañita chiquitita»:







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