Page 31 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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ojos, para ver únicamente el vial resplandeciente.
En el interior del cuerpo de aquella criatura ve con una claridad inusual.
El ángulo de refracción entre el ojo humano y el agua hace que todo se vuelva
borroso, y eso debería acentuarse aún más en el caso del shoggoth, pero ve el
cristal que lleva en la mano con más nitidez que antes.
«Ordena», dice el shoggoth por tercera vez.
—¿Qué eres? —intenta decir Harding a través del fluido que le obstruye
la laringe.
No alcanza a producir ningún sonido apreciable, pero no importa. El
shoggoth vibra al ritmo de los impulsos de luz emitidos por el nódulo.
«Creados para servir. Existencia sin sentido sin vosotros», dice.
«¿Cómo puede ser?», piensa Harding.
Como si aquel pensamiento fuese una orden, los shoggoths le contestan.
No con palabras, precisamente, sino con dibujos, con imágenes… con un
tapiz abigarrado en relieve. Harding ve, como por medio de fogonazos en su
propia memoria, las abultadas formas simétricas y radiales de un animal
prehistórico, como un tonel rechoncho y tentacular al que le hubiesen
injertado un par de estrellas de mar gigantes. «Creadores. Amos».
Los shoggoths fueron creados mediante ingeniería genética. Y sus
creadores no les permitieron pensar, salvo para lo que se les antojase a ellos.
El más vil de los esclavos al menos es libre en su cabeza, pero no así los
shoggoths. Fueron peones, obreros de la construcción, tropas de asalto.
Fueron armas aterradoras en sí mismos y esclavos obedientes. Inmortales,
simplemente iban transformándose para adaptarse al cometido de cada
momento.
Aquel mismo shoggoth, mucho antes del reinado de los dinosaurios, había
construido estructuras y abatido enemigos para los que Harding ni siquiera
tenía nombre. Pero la llegada del hielo había puesto fin a la civilización de los
amos y los shoggoths se habían retirado hasta las profundidades insondables
del mar mientras los mamíferos de sangre caliente se extendían por toda la
tierra. Allí tenían libertad para conversar, para explorar, para filosofar y
construir su propia cultura. Solo regresaban a la superficie, en su momento
más vulnerable, para florecer.
No se trata de reproducción, sino de mutación. Mientras descansan,
tomando el sol sobre las rocas, se crean de nuevo. Evolucionan mientras están
sentados tranquilamente al sol, año tras año, intercambiando información y
códigos de control con sus hermanos.
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