Page 44 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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El gilipollas de mi editor soltaría una carcajada con esa última
comparación, probablemente le echaría un vistazo, se reiría y diría algo como
«si quisiera florituras me habría comprado un puto ramo». Pero el gilipollas
de mi editor no ha visto la cinta que le compré al técnico.
El gilipollas de mi editor nunca conoció a Jacova Angevine, nunca la
escuchó hablar, nunca folló con ella, nunca vio las cicatrices de su espalda o
el miedo de sus ojos.
El ROV llega a un espacio rocoso donde el lecho marino desaparece en
picado de repente, y duda, atendiendo a las órdenes de la sala de control del
R/V Western Flyer. Unos segundos más tarde, la continua caída de nieve
marina se vuelve tan densa que resulta difícil ver nada a través de la luz que
refleja las blancuzcas partículas del detrito hundiéndose. Y entonces, sentado
en el suelo, a medio camino de la cama y el televisor, estuve a punto de
alargar la mano y tocar la pantalla.
A punto estuve.
—Hay un poco de todo —oí que decía Jacova, aunque en realidad ella
nunca me había dicho nada similar—. Cieno, fitoplancton y zooplancton,
hollín, moco, diatomáceas, partículas fecales, polvo, granos de arena y arcilla,
lluvia radioactiva, polen, aguas residuales. Una parte incluso está formada por
partículas de polvo interplanetarias. Una parte cayó de las estrellas.
Y el Tiburón II se tambalea y se desliza unos pocos metros al frente,
después baja con cautela por el precipicio, comenzando el lento descenso en
ese nuevo e inesperado abismo.
—Habíamos explorado ese tramo una docena de veces por lo menos —
aseveró Natalie Billington, piloto jefe del Tiburón II, frente a un corresponsal
de la CNN después de que la versión de la cinta que se filtró en internet
llegara a las noticias—. Pero esa caída no aparecía en ningún mapa. De algún
modo, la habíamos pasado por alto hasta ahora. Sé que no es una respuesta
muy satisfactoria, pero ahí abajo todo es muy grande. El cañón tiene más de
trescientos veinte mil kilómetros. Hay cosas que se te pasan por alto.
Durante un momento —15,34 segundos para ser exactos— no se ve más
que oscuridad y unos pocos peces curiosos o sorprendidos. Según el Instituto
de Investigaciones del Acuario de la Bahía de Monterey, la velocidad vertical
del vehículo durante esta parte de la inmersión es de unos treinta y cinco
metros por minuto, así que para cuando llega al fondo de nuevo, la
profundidad ha aumentado en unos ciento sesenta metros. El lecho marino se
vislumbra de nuevo y ya no hay tanto sedimento suelto, solo un revoltijo de
cantos rodados rotos, y sorprende lo limpios que están, casi completamente
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