Page 46 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
P. 46
mudaron al norte, a Salinas, donde compró la vieja casa en la calle Howard
gracias a un crédito bancario y al adelanto de su primer contrato editorial por
una novela de misterio titulada El hombre que reía en los funerales (Random
House, Nueva York).
Hasta la fecha, ninguno de los libros que se han publicado sobre Jacova, la
secta de la Puerta Abierta de la Noche y los ahogamientos masivos de la playa
de Moss Landing han hecho ni la más pasajera mención a las novelas de Theo
Angevine. Elenore Ellis-Lincoln, en Cerrando la puerta: anatomía de la
histeria (Simon and Schuster, Nueva York), por ejemplo, les dedica un solo
párrafo, a pesar de que la infancia de Jacova ocupa un capítulo entero. «Las
obras de Angevine recibieron muy poca atención por parte de la crítica, para
bien o para mal, y los ingresos que sacó de ellas fueron paupérrimos», escribe
Ellis-Lincoln. «De las diecisiete novelas que publicó entre 1969 y 1985, solo
dos —El hombre que reía a los funerales [sic] y Siete al atardecer— siguen a
la venta. Es de destacar que el tono general de las novelas se vuelve
significativamente más lúgubre después de la muerte de su esposa, pero los
libros en sí nunca parecieron representar para el autor más que un simple
pasatiempo. Después de su muerte, su hija se convirtió en la albacea de su
herencia literaria, por poco que valiera».
De la misma forma, en El culto de los «lemmings» (The Overlook Press,
Nueva York), William L. West escribe: «La constante producción de novelas
comerciales de misterio y suspense debió de ser seguramente una curiosidad
de la infancia de Jacova, pero no se menciona ni una sola vez en sus propios
escritos, ni siquiera en los cinco diarios privados hallados en el armario de su
dormitorio dentro de una caja de cartón. Las novelas en sí mismas eran más
bien mediocres, hasta donde yo he podido comprobar. Casi todas están
descatalogadas y hoy por hoy son muy difíciles de encontrar. Ni siquiera el
catálogo de la biblioteca pública de Salinas incluye una sola copia ni de El
hombre que reía en los funerales, ni de Pretoria, ni de Siete al atardecer».
Durante los dos años en los que la traté, Jacova solo aludió a la afición a
la escritura de su padre una vez y nada más que de pasada, pero guardaba
copias de todas sus novelas, hecho que no he visto mencionado nunca en una
publicación impresa. Supongo que no resulta muy significativo si no te has
molestado en leer los libros de Theo Angevine. Desde que murió Jacova, yo
he leído todos y cada uno de ellos. Tardé menos de un mes en localizar copias
de los diecisiete, gracias sobre todo a librerías de internet, y tardé menos aún
en leerlos. Aunque William West desde luego tenía razones para decir que sus
novelas «eran más bien mediocres», incluso un repaso superficial revela
Página 46