Page 48 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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torno a su rostro. A mí siempre me había parecido que el sonido

                        de las olas tenía un efecto tranquilizador y me pregunté cuál de
                        los innumerables secretos de Horton sería responsable de que
                        odiara el mar. Sabía que había estado destinado en la Marina
                        cuando lo de Corea, pero también estaba bastante seguro de que

                        nunca llegó a combatir.
                            —¿Qué  tal  has  dormido  esta  noche?  —le  pregunté,  y  él
                        meneó  la  cabeza—.  De  puta  pena  —contestó  y  chupó  de  su
                        puro.

                            —Entonces  quizá  deberías  pensar  en  hacerte  con  una
                        habitación en el interior.
                            Horton tosió y señaló abruptamente con un dedo rechoncho
                        a la ventana del bungaló.

                            —No creas que no lo haría, si pudiera elegirlo yo. Pero ella
                        me  quiere  aquí.  Quiere  que  me  quedé  sentado  justo  aquí,
                        esperándola, día y noche. Sabe que odio el océano.
                            —Bueno, venga —dije, cogiendo mi sombrero, cansado de

                        su compañía y de la peste de su humeante Macanudo—. Sabes
                        dónde  encontrarme,  si  cambias  de  opinión.  No  dejes  que  los
                        malos  sueños  acaben  contigo.  No  son  más  que  eso,  malos
                        sueños.

                            —¿Y es que eso no es bastante? —preguntó, y pude ver por
                        su expresión que Horton quería que me quedase un poco más,
                        pero supe que nunca lo admitiría—. La otra noche, había unos
                        putos cabrones que marchaban hacia el mar, que marchaban en

                        fila  como  si  fueran  la  puta  infantería.  Tenían  que  ser  por  lo
                        menos un millón. ¿Qué crees que puede significar un sueño así,
                        eh?
                            —Horton,  un  sueño  así  no  significa  una  puta  mierda  —

                        respondí—. Salvo que igual tienes que despedirte de la comida
                        picante antes de ir a la cama.
                            —Nunca dejarás de ser un gilipollas —dijo, y no me quedó
                        otra que estar de acuerdo. Le dio una calada al puro, y yo me

                        marché del bungaló y me encaminé hacia la noche marítima de
                        Santa Bárbara.


               Fragmento de Lo que trajo el gato, p. 231; Ballantine Books, 1980:







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