Page 61 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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«Los cuerpos de cincuenta y tres hombres y mujeres, todos los cuales
pueden haber formado parte de un grupo religioso conocido como la Puerta
Abierta de la Noche, han sido recuperados tras los ahogamientos del
miércoles cerca de Moss Landing, California. Las fuentes oficiales han
descrito las muertes como un suicidio en masa. Se ha informado de que las
víctimas tenían entre veintidós y treinta y seis años. Las autoridades temen
que al menos dos docenas más hayan muerto en el grotesco episodio y los
esfuerzos de recuperación continúan por toda la costa del condado de
Monterey» (CNN.com).
Cierro los ojos y estoy en el viejo almacén de la calle Pierce; la voz de
Jacova atruena por la megafonía instalada en lo alto de las paredes de la
cavernosa habitación. Yo estoy de pie entre las sombras al fondo del todo,
apartado de los verdaderos creyentes, apartado de los demás periodistas,
fotógrafos y cámaras que han sido invitados. Jacova se inclina hacia el
micrófono, furiosa, estática y hermosa —terrible, pienso— mientras la
monstruosa talla permanece encorvada sobre el altar, junto a ella. Hay velas,
humo de incienso y ramos de algas secas, aroma a caracola y a pescado
muerto, cuidadosamente dispuesto en la base de la estatua.
—No podemos recordar dónde empezó —dice—, dónde empezamos. —Y
todos parecen inclinarse hacia ella como pequeños barcos que se enfrentan
con un viento feroz—. No podemos recordar, por supuesto que no podemos
recordar, y ellos no quieren siquiera que lo intentemos. Tienen miedo, y en su
miedo se aferran desesperadamente a la oscuridad de su ignorancia. Ellos
querrían que hiciésemos lo mismo, pero después nunca nos acordaríamos ni
del jardín ni de la puerta, nunca miraríamos a los rostros de los grandes padres
y madres que han regresado a las profundidades.
Nada de lo que está sucediendo parece real, ni tampoco las ridiculeces que
Jacova está diciendo, ni la gente vestida de blanco ni los equipos de
televisión. Esta escena ni siquiera tiene la sustancia de una pesadilla. Hace
mucho calor en el almacén, me siento mareado y enfermo y me pregunto si
seré capaz de llegar hasta la salida antes de vomitar.
Cierro los ojos y sigo sentado en un bar de Brooklyn, observándolos
mientras se hunden en el mar, y pienso «algún hijo de puta está justo allí,
grabando lo que sucede, pero nadie intenta detenerlos, nadie va a levantar ni
un solo dedo».
Parpadeo y estoy sentado en una oficina en Manhattan, la gente que
redacta mis cheques me está haciendo preguntas que no sé responder.
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