Page 144 - La sangre manda
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Faltan cinco minutos para las tres. Enciende el televisor y quita el sonido.

               En estos momentos, Maury Povich se pavonea e incita al público del estudio.
               Puede que Holly tenga mal gusto, pero aún no ha caído tan bajo. Se plantea
               comerse una Snickers, pero se obliga a esperar. Justo cuando se felicita por su
               contención, oye el ascensor y alza la vista al techo. Debe de ser Pete. Jerome

               está muy al sur.
                    En efecto, es Pete, y sonríe.
                    —Vaya,  un  día  feliz  —dice—.  Alguien  ha  conseguido  por  fin  que  Al
               envíe un técnico…

                    —Al no ha hecho nada —contesta Holly—. Nos hemos ocupado Jerome y
               yo. Era solo un fallo de software.
                    —¿Cómo…?
                    —Requería un ligero hackeo. —Mantiene un ojo en el reloj: faltan tres

               minutos para las tres—. Se ha ocupado Jerome, pero podría haberlo hecho yo.
               —Una  vez  más,  sucumbe  a  la  sinceridad—.  Al  menos  eso  creo.  ¿Has
               encontrado a la chica?
                    Pete levanta los dos pulgares.

                    —En Sunrise House. Mi primera parada. Buena noticia: quiere volver a
               casa. Ha llamado a su madre, que va a venir a buscarla.
                    —¿Seguro? ¿O eso es lo que te ha dicho?
                    —Yo estaba delante cuando ha llamado. He visto las lágrimas. Es un buen

               final, Holly. Espero que la madre no sea también morosa, como ese Edwards.
                    —Edwards pagará —asegura ella—. Como dos y dos son cuatro. —En el
               televisor, Maury ha dado paso a un frasco danzante de un medicamento para
               la diarrea. Lo cual, en opinión de Holly, es una verdadera mejora—. Ahora

               calla, Pete, mi programa empieza dentro de un minuto.
                    —Por Dios, ¿todavía ves a ese tío?
                    Holly le lanza una mirada amenazadora.
                    —Puedes quedarte a verlo si quieres, Pete, pero si tu intención es hacer

               comentarios  sarcásticos  y  echarme  a  perder  la  diversión,  preferiría  que  te
               fueras.
                    Reafírmate, se complace en decirle Allie Winters. Allie es su terapeuta.
               Holly  se  trató  también  con  otro,  un  hombre  que  ha  escrito  tres  libros  y

               muchos artículos especializados. Acudió a él por razones que no guardaban
               relación  alguna  con  los  demonios  que  la  han  perseguido  desde  la
               adolescencia. Con el doctor Carl Morton necesitaba hablar de demonios más
               recientes.







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