Page 148 - La sangre manda
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«Sin duda el departamento del sheriff convocará una rueda de prensa en

               algún  momento,  pero  ahora  mismo  informar  al  público  es  la  menor  de  sus
               preocupaciones. Ya han empezado a congregarse padres… ¿Señora? Señora,
               ¿puedo hablar un momento con usted? Chet Ondowsky, WPEN, Canal 11».
                    La  mujer  que  aparece  en  la  toma  tiene  un  sobrepeso  descomunal.  Ha

               llegado al colegio sin abrigo, y la bata de flores que lleva ondea a su alrededor
               como un caftán. Presenta una palidez cadavérica, excepto por unas manchas
               de color rojo vivo en las mejillas; lleva el cabello tan revuelto que a su lado
               Ondowsky parece bien peinado, y sus carnosas mejillas relucen a causa de las

               lágrimas.
                    No deberían mostrar esto, piensa Holly, y yo no debería verlo. Pero ellos
               lo muestran, y yo lo veo.
                    «Señora, ¿algún hijo suyo estudia en Albert Macready?».

                    «Mi hijo y mi hija, los dos —dice ella, y agarra a Ondowsky por el brazo
               —. ¿Están bien? ¿Usted lo sabe? Irene y David Vernon. David va a séptimo;
               Irene, a noveno. A Irene la llamamos Deenie. ¿Sabe si están bien?».
                    «No  lo  sé,  señora  Vernon  —responde  Ondowsky—.  Creo  que  debería

               hablar  con  un  ayudante  del  sheriff,  allí,  donde  están  colocando  aquellos
               caballetes».
                    «Gracias, gracias. ¡Rece por mis hijos!».
                    «Lo  haré»,  dice  Ondowsky  mientras  ella  se  aleja  apresuradamente,  una

               mujer  que  con  suerte  sobrevivirá  a  ese  día  sin  padecer  algún  episodio
               cardíaco…, aunque, supone Holly, en ese momento su corazón es la menor de
               sus  preocupaciones.  En  ese  momento  su  corazón  está  con  David  e  Irene,
               también conocida como Deenie.

                    Ondowsky vuelve a la cámara. «En Estados Unidos todo el mundo rezará
               por los hermanos Vernon y todos los niños que han asistido hoy a la escuela
               de secundaria Albert Macready. Según la información de que dispongo ahora
               (que es incompleta y podría cambiar), la explosión se ha producido a eso de

               las dos y cuarto, hace una hora, y ha sido de tal magnitud que ha roto los
               cristales de las ventanas en más de un kilómetro a la redonda. Los cristales…
               Mike, ¿puedes ofrecer una toma de esta piña?».
                    —¿Lo ves?, sabía que era una piña —dice Pete, inclinado hacia delante

               con la mirada fija en el televisor.
                    Mike, el cámara, se acerca, y en los pétalos de la piña, o las hojas o como
               se llamen, Holly ve esquirlas de cristal. De hecho, una parece manchada de
               sangre, aunque espera que sea solo un reflejo pasajero de las luces de una de

               las ambulancias.




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