Page 145 - La sangre manda
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—Nada de comentarios sarcásticos, entendido —dice Pete—. Caray, me

               cuesta creer que Jerome y tú hayáis esquivado a Al. Que hayáis cogido el toro
               por los cuernos, digamos. Estás que te sales, Holly.
                    —Procuro reafirmarme más.
                    —Y lo consigues. ¿Hay Coca-Cola en la nevera?

                    —Solo light.
                    —Aj. Eso sabe a…
                    —Silencio.
                    Son las tres. Holly sube el volumen del televisor en el preciso momento

               en que empieza a sonar la sintonía del programa. Son los Bobby Fuller Four
               cantando «I Fought the Law». Aparece en pantalla la sala de un juzgado. Los
               espectadores —un público real en el estudio, como el de Maury pero menos
               salvaje— baten palmas al son de la música, y el locutor entona: «¡Más te vale

               no ser un canalla, porque John Law nunca falla!».
                    «¡Todos en pie!», exclama George, el ujier.
                    Los espectadores se levantan, todavía batiendo palmas y balanceándose,
               mientras  el  juez  John  Law  sale  de  su  despacho.  Mide  un  metro  noventa  y

               cinco (Holly lo sabe por la revista People, que esconde todavía mejor que las
               Snickers Bites), y es calvo como una bola ocho… aunque es más chocolate
               oscuro que negro. Viste una amplia toga que se ondula cuando, bailoteando,
               se  encamina  hacia  el  estrado.  Coge  el  mazo  y  lo  hace  oscilar  como  un

               metrónomo al tiempo que enseña una gran dentadura blanca.
                    —Dios bendito en silla de ruedas motorizada —dice Pete.
                    Holly le lanza su mirada más amenazadora. Pete se tapa la boca con una
               mano y le dirige un gesto de rendición con la otra.

                    «Sentaos, sentaos», ordena el juez Law —que en realidad se llama Gerald
               Lawson, cosa que Holly también sabe por People, aunque la verdad es que los
               nombres  se  parecen  bastante—,  y  los  espectadores  se  sientan.  A  Holly  le
               gusta John Law porque habla a las claras y no es mordaz y antipático como la

               jueza Judy. Va directo al grano, como hacía Bill Hodges…, aunque el juez
               John Law no es un sustituto de Bill, y no solo porque sea un personaje ficticio
               de un programa de televisión. Bill falleció hace años, pero Holly todavía lo
               echa de menos. Todo lo que es, todo lo que tiene, se lo debe a Bill. No existe

               nadie como él, aunque su amigo Ralph Anderson, el inspector de policía de
               Oklahoma, se le acerca.
                    «¿Qué  tenemos  hoy  aquí,  Georgie,  mi  hermano  de  otra  madre?  —Los
               espectadores se ríen de esto—. ¿Civil o penal?».







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