Page 211 - La sangre manda
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—Tiene muchos vídeos, hemos descubierto diecisiete versiones distintas

               de tu Chet Ondowsky —añade Dan.
                    —¿Diecisiete? —Holly está atónita.
                    —Esos son solo de los que tenemos constancia. No es necesario verlos
               todos. Junta esos tres primeros dibujos y sostenlos en alto ante el televisor,

               Holly. No es una caja de luz, pero servirá.
                    Holly los sostiene frente a la pantalla azul sabiendo lo que va a ver. Es
               una cara.
                    La cara de Ondowsky.

                    Un visitante.




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               Cuando bajan, Dan Bell, más que sentado en la silla del salvaescaleras, está

               desplomado en ella. No solo cansado, exhausto. La verdad es que Holly no
               quiere seguir molestándolo, pero no le queda más remedio.
                    También  Dan  Bell  sabe  que  aún  no  han  terminado.  Pide  a  Brad  que  le
               sirva un trago de whisky.

                    —Abuelo, dijo el médico…
                    —A la mierda el médico y todos sus antepasados —replica Dan—. Me
               animará. Acabaremos, le enseñarás a Holly esa última… cosa… y luego me
               acostaré.  Anoche  dormí  de  un  tirón,  y  seguro  que  esta  noche  también.

               Menudo peso me he quitado de encima.
                    Pero ahora yo cargo con él, piensa Holly. Ojalá Ralph estuviera aquí. O,
               mejor aún, Bill.

                    Brad acerca a su abuelo una copa de postre con dibujos de los Picapiedra
               que contiene apenas whisky suficiente para cubrir el fondo. Dan le dirige una
               mirada adusta, pero la acepta sin rechistar. Del bolsillo lateral de la silla de
               ruedas, saca un frasco con un tapón de rosca de uso geriátrico. Lo sacude para
               extraer una pastilla, y otras cinco o seis caen al suelo.

                    —Mierda —dice el anciano—. Recógelas, Brad.
                    —Ya me ocupo yo —se ofrece Holly, y lo hace.
                    Entretanto Dan se lleva la pastilla a la boca y la traga con el whisky.

                    —Eso desde luego no es buena idea, abuelo —dice Brad remilgadamente.
                    —En mi funeral nadie dirá que morí joven y apuesto —contesta Dan. El
               color ha vuelto en parte a sus mejillas, y de nuevo se lo ve erguido en la silla
               —. Holly, me quedan quizá unos veinte minutos antes de que ese casi inútil
               trago  de  whisky  deje  de  hacerme  efecto.  Media  hora  como  mucho.  Sé  que



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