Page 217 - La sangre manda
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[Pausa.]

                    En sus distintas encarnaciones, podría decirse. Y una decimoctava. La de
               Philip Hannigan de hace cuatro años frente a la discoteca Pulse. Sin bigote,
               cabello rubio en lugar de moreno, más joven que en la foto de George de la
               cámara  de  seguridad,  con  su  uniforme  de  repartidor  falso,  pero  era  él,  sin

               duda. Debajo, la misma cara. La misma cara de zorro. Pero no la misma que
               la de Ondowsky. Él no podía ser de ningún modo.
                    Brad ha vuelto con una botella y otras dos copas de postre.
                    «El whisky del abuelo», ha dicho. «Maker’s Mark. ¿Quieres un poco?».

               Cuando lo he rehusado, ha servido una cantidad considerable en una de las
               copas. «Bueno, yo sí necesito un poco», ha añadido. «¿Te ha dicho mi abuelo
               que soy gay? ¿Sumamente gay?».
                    Le he contestado que sí, y Brad ha sonreído.

                    «Así empieza él cualquier conversación que trate de mí», ha explicado.
               «Quiere dejarlo claro de buen comienzo, para que conste, y demostrar que no
               le importa. Pero sí le importa. Me quiere, pero sí le importa».
                    Cuando  he  comentado  que  me  pasaba  algo  parecido  con  mi  madre,  ha

               sonreído y ha dicho que ya teníamos algo en común. Supongo que así es.
                    Me  ha  explicado  que  a  su  abuelo  siempre  le  ha  interesado  lo  que  él
               llamaba  «el  segundo  mundo».  Historias  sobre  telepatía,  fantasmas,
               desapariciones misteriosas, luces en el cielo.

                    «Algunas personas coleccionan sellos», ha dicho. «Mi abuelo colecciona
               historias  sobre  el  segundo  mundo.  Yo  tenía  mis  dudas  acerca  de  todo  eso
               hasta que me encontré con este asunto».
                    Ha señalado el iPad, donde la fotografía de George seguía en la pantalla.

               George con su paquete lleno de explosivos, esperando a que le dieran acceso
               a la oficina de la escuela Macready.
                    «Ahora me parece que podría creer en cualquier cosa, desde los platillos
               voladores  hasta  los  payasos  asesinos.  Porque,  en  efecto,  existe  un  segundo

               mundo. Existe porque la gente se niega a creer que está ahí».
                    Me consta que es así, Ralph. Y también a ti. Por eso el ser que matamos
               en Texas sobrevivió tanto tiempo.
                    He pedido a Brad que me explicara por qué ha esperado tanto su abuelo,

               aunque para entonces empezaba a formarme una clara idea.
                    Me ha dicho que su abuelo consideraba que ese ser en esencia era inocuo.
               Una especie de camaleón exótico, y si no el último de su especie, al menos
               uno  de  los  últimos.  Vive  de  la  aflicción  y  el  dolor,  lo  cual  quizá  no  sea

               agradable,  pero  no  es  muy  distinto  de  los  gusanos  que  viven  de  la  carne




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