Page 26 - La sangre manda
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Mouse en Fantasía, utilizando un conjuro que en realidad no entendía para

               despertar a las escobas.
                    —Puede hacerlo usted mismo. Solo tiene que desplazar la pantalla con el
               dedo, así.
                    Se  lo  enseñé.  Al  principio  la  desplazaba  con  demasiada  fuerza  y

               demasiado lejos, pero enseguida le cogió el tranquillo. Más deprisa que mi
               padre, de hecho. Llegó a la página indicada.
                    —Fíjate —se maravilló—. ¡Seiscientas tiendas! ¿Ves lo que te decía sobre
               la fragilidad del…? —Con la mirada fija en el pequeño mapa, se le apagó la

               voz—. El sur. La mayoría de los cierres son en el sur. El sur es un barómetro,
               Craig, casi siempre… Me parece que he de hacer una llamada a Nueva York.
               La Bolsa no tardará en cerrar. —Hizo ademán de levantarse. Tenía el teléfono
               corriente en el otro extremo del salón.

                    —Puede llamar desde ahí —indiqué—. Básicamente sirve para eso. —O
               al menos así era por aquel entonces. Pulsé el icono del teléfono, y apareció el
               teclado—. Solo tiene que marcar el número. Toque las teclas con el dedo.
                    Me miró, sus ojos azules brillaban bajo las pobladas cejas blancas.

                    —¿Puedo llamar desde aquí, desde este rincón perdido?
                    —Sí —contesté—. La cobertura es excelente gracias a la nueva torre. Hay
               cuatro barras.
                    —¿Barras?

                    —Da igual, usted llame. Lo dejaré solo mientras tanto; hágame una seña
               por la ventana cuando…
                    —No hace falta. Terminaré enseguida, y no necesito privacidad.
                    Tocó  los  números  con  actitud  vacilante,  como  si  temiera  activar  una

               bomba.  Luego,  con  actitud  igual  de  vacilante,  se  llevó  el  iPhone  al  oído,
               mirándome para pedirme confirmación. Yo asentí con la cabeza en un gesto
               alentador. Él escuchó, habló con alguien (al principio levantando demasiado
               la voz) y después, tras una breve espera, con otra persona. Así que yo estaba

               presente cuando el señor Harrigan vendió todas sus acciones de Coffee Cow,
               transacción que ascendía a quién sabe cuántos miles de dólares.
                    Al terminar, descubrió la manera de volver a la pantalla inicial. Una vez
               ahí, volvió a abrir Safari.

                    —¿Sale aquí Forbes?
                    Lo comprobé. No salía.
                    —Pero si busca un artículo de Forbes que ya conoce, es posible que lo
               encuentre, porque alguien lo habrá colgado.

                    —¿Colgado?




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