Page 29 - La sangre manda
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—¿En serio? ¿Un chico listo como tú? Piensa, Craig, piensa. Acabo de

               leer gratis algo por lo que la gente paga un buen dinero. Incluso con la cuota
               de suscripción del Journal, que sale bastante mejor de precio que comprarlo
               en un quiosco, pago unos noventa céntimos por número. Y, sin embargo, con
               esto…  —Levantó  el  teléfono  tal  como  harían  miles  de  chicos  en  los

               conciertos de rock no muchos años después—. ¿Lo entiendes ahora?
                    Planteado en esos términos, lo entendí perfectamente, pero no supe qué
               contestar. Parecía…
                    —Parece una estupidez, ¿no? —preguntó, interpretando la expresión de

               mi rostro o leyéndome el pensamiento—. Regalar información útil va contra
               todo lo que sé acerca de prácticas empresariales de éxito.
                    —A lo mejor…
                    —A lo mejor ¿qué? Dame tu opinión. No me burlo de ti. Está claro que

               sabes más de esto que yo, así que dime qué piensas.
                    Yo estaba pensando en la feria agrícola de Fryeburg, adonde íbamos mi
               padre y yo una o dos veces en octubre cada año. Normalmente yo llevaba a
               mi amiga Margie, que vivía al lado. Margie y yo subíamos en las atracciones,

               y  después  los  tres  comíamos  buñuelos  y  salchichas,  y  luego  mi  padre  nos
               arrastraba  a  ver  los  tractores  nuevos.  Para  llegar  a  los  cobertizos  de  la
               maquinaria había que pasar por delante de la carpa de Beano, que era enorme.
               Le  conté  al  señor  Harrigan  que  el  encargado  se  plantaba  delante  con  un

               micrófono y anunciaba a los transeúntes que la primera partida era siempre
               gratis.
                    Él se detuvo a pensar.
                    —¿Un señuelo? Eso tiene cierto sentido, supongo. Estás diciéndome que

               solo se puede leer un artículo, quizá dos o tres, y luego el aparato… ¿qué?
               ¿Te bloquea? ¿Te dice que, si quieres jugar, has de pagar?
                    —No —admití—. Imagino que en realidad no es como lo de la carpa de
               Beano, porque uno puede leer todos los que quiera. Al menos, que yo sepa.

                    —Pero es absurdo. Ofrecer una muestra gratuita es una cosa, pero regalar
               la  tienda  entera…  —Dejó  escapar  un  resoplido—.  Ni  siquiera  había
               anuncios,  ¿te  has  fijado?  Y  los  anuncios  son  una  importante  fuente  de
               ingresos para periódicos y revistas. Muy importante.

                    Alzó el teléfono, observó su reflejo en la pantalla, entonces a oscuras, lo
               dejó y me miró con una sonrisa amarga y peculiar en el rostro.
                    —Puede  que  estemos  ante  un  gran  error,  Craig,  un  error  cometido  por
               personas que no entienden mejor que yo los aspectos prácticos de una cosa

               como  esta,  las  repercusiones.  Puede  que  esté  a  punto  de  producirse  un




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