Page 28 - La sangre manda
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De nuevo sentí curiosidad por saber qué lo había traído a Harlow —desde

               luego  no  tenía  parientes  en  el  pueblo—,  pero  me  pareció  que  no  era  buen
               momento para preguntarlo.
                    —Puede  que  haya  sido  arrogante.  —Se  detuvo  a  pensar,  y  después,  de
               hecho, incluso sonrió. Lo cual fue como ver asomar el sol entre las nubes un

               día encapotado y frío—. Claro que he sido arrogante. —Sostuvo en alto el
               iPhone—. Después de todo, sí que voy a quedármelo.
                    Lo primero que acudió a mis labios fue «gracias», respuesta que habría
               resultado extraña.

                    —Bien. Me alegro —me limité a decir.
                    Echó un vistazo al reloj Seth Thomas de la pared (luego, me divirtió ver,
               contrastó la hora en el iPhone).
                    —¿Y si hoy leemos solo un capítulo, ya que hemos estado de charla tanta

               rato?
                    —Por mí bien —respondí, pese a que con gusto me habría quedado más
               tiempo y le habría leído dos o incluso tres capítulos. Estábamos llegando al
               final de El pulpo, de un tal Frank Norris, y estaba impaciente por saber cómo

               terminaba.  Era  una  novela  anticuada,  pero  aun  así  estaba  llena  de  detalles
               apasionantes.
                    Cuando  concluimos  la  sesión  abreviada,  regué  las  pocas  plantas  de
               interior del señor Harrigan. Era siempre mi última tarea del día, y me llevó

               solo  unos  minutos.  Mientras  me  ocupaba  de  eso,  lo  vi  juguetear  con  el
               teléfono, apagándolo y encendiéndolo.
                    —Supongo  que,  si  voy  a  usarlo,  mejor  será  que  me  enseñes  —dijo—.
               Cómo evitar que se descargue, para empezar. La batería ya está bajando, por

               lo que veo.
                    —Lo  descubrirá  usted  mismo  casi  todo  —aseguré—.  Es  muy  fácil.  En
               cuanto  a  la  carga,  hay  un  cable  en  la  caja.  Solo  tiene  que  conectarlo  a  la
               corriente. Puedo enseñarle alguna que otra cosa, si…

                    —Hoy no —me interrumpió—. Quizá mañana.
                    —Vale.
                    —Pero… una pregunta más. ¿Por qué he podido leer ese artículo sobre
               Coffee Cow y mirar el mapa de los locales que está previsto que cierren?

                    Lo primero que acudió a mi mente fue la respuesta que dio Hillary cuando
               le preguntaron cuál era el motivo para escalar el monte Everest, tema sobre el
               que  acabábamos  de  leer  en  el  colegio:  «Porque  está  ahí».  Pero  tal  vez  él
               habría pensado, y con razón, que me las daba de listo. Así que dije:

                    —No entiendo qué quiere decir.




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