Page 21 - La sangre manda
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Se lo dije, y se rio.
—Pues enhorabuena. Esta noche cenamos en Marcel’s, e invitas tú.
Esa vez fui yo quien se rio. No recuerdo haber experimentado una alegría
tan pura jamás. Sentí la necesidad de llamar a alguien más, así que llamé al
señor Harrigan, que contestó desde su teléfono fijo de ludita.
—¡Señor Harrigan, gracias por la felicitación! ¡Y gracias por el billete!
Me…
—¿Llamas desde ese artefacto tuyo? —preguntó—. Seguro que sí. Parece
que hables desde la luna.
—¡Señor Harrigan, he ganado el gordo! ¡He ganado tres mil dólares!
¡Muchísimas gracias!
Siguió un silencio, pero no tan largo como el de mi padre, y cuando
volvió a hablar, no me preguntó si estaba seguro. Tuvo esa gentileza.
—Has tenido suerte —dijo—. Me alegro por ti.
—¡Gracias!
—De nada, pero no tienes por qué dármelas, la verdad. Compro esos
billetes a fajos. Se los envío a los amigos y los conocidos de trabajo a modo
de… hummm… tarjeta de visita, digamos. Lo hago desde hace años. Tarde o
temprano, algún premio importante tenía que caer.
—Mi padre me obligará a ingresar la mayor parte en el banco. Supongo
que es lo mejor. Desde luego será un buen empujón para mi fondo
universitario.
—Si quieres, dámelo a mí —propuso el señor Harrigan—. Déjame que lo
invierta por ti. Me parece que puedo asegurarte unos beneficios mayores que
los intereses del banco. —Después, hablando más para sí mismo que para mí,
dijo—: En algo sin riesgo. Este no va a ser un buen año para el mercado. Veo
nubes en el horizonte.
—¡Claro! —Me lo pensé mejor—. Probablemente. Antes tengo que hablar
con mi padre.
—Por supuesto. Es lo normal. Dile que también estoy dispuesto a
garantizarte el capital inicial. ¿Vas a venir a leerme esta tarde a pesar de todo?
¿O ahora que eres un hombre con recursos vas a dejarlo?
—Claro que iré, solo que tendré que estar aquí de vuelta cuando mi padre
llegue a casa. Vamos a salir a cenar. —Guardé silencio un momento—. ¿Le
apetecería venir?
—Esta noche no —contestó sin titubeos—. Oye, puesto que vas a venir de
todos modos, podrías haberme contado todo esto en persona. Pero te gusta ese
aparato tuyo, ¿no? —No esperó mi respuesta; no hacía falta—. ¿Qué te
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