Page 197 - Extraña simiente
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—¡Paul! ¡Paul! ¡Despierta!

                    Paul abrió los ojos y alzó ligeramente la cabeza.
                    —¿Qué pasa? ¿Qué es ese olor?
                    Se sentó de un salto en la cama.
                    —¡Dios mío!…

                    Se levantó de la cama de un salto, empuñó el picaporte con firmeza y tuvo
               que soltarlo inmediatamente. Soltó una blasfemia terrible.
                    Rachel salió a gatas de la cama.
                    —¡El picaporte está ardiendo! —dijo Paul con voz temblorosa—. Es la

               casa, Rachel, ¡la casa se está quemando!
                    —No —dijo Rachel con sangre fría—. No, no puede ser.
                    Y los dos vieron una franja de luz amarilla temblorosa bajo la puerta.
                    Paul corrió hacia la ventana, corrió el pestillo y tiró hacia sí. La ventana se

               negó a moverse.
                    Paul echó un vistazo a su alrededor.
                    —Rachel  —ordenó—.  ¡La  palangana!  ¿Está  sobre  la  cómoda?  ¡Venga,
               rápido, la palangana! ¡Tráemela!

                    Rachel cogió la palangana.
                    —No  lo  entiendo,  Paul,  no  lo  entiendo  —dijo  mientras  cruzaba  la
               habitación—. Apagamos el fuego ayer, ¿verdad? ¿Para qué quieres esto?
                    Rachel le entregó la palangana.

                    —No entiendo, Paul. Por favor, Paul…
                    Rachel se dio la vuelta.
                    —No lo entiendo…
                    Cruzó hasta llegar a la puerta. Posó la mano sobre el picaporte.

                    —¿Por qué sencillamente no…?
                    —Rachel, ¡no! —gritó Paul.
                    Ella soltó el picaporte y retrocedió un paso. Le temblaba todo el cuerpo.
                    —¡No abras esa puerta, Rachel!

                    —Sí —murmuró ella—. Sí, la voy a abrir. Lo siento.
                    Paul retiró el brazo hacia atrás, sujetando la palangana. Rachel se volvió
               hacia él y se le quedó mirando de frente.
                    —Han sido ellos, Paul. Quieren que nos quedemos.

                    Paul adelantó el brazo.
                    —No —susurró.
                    Detuvo su movimiento a medio camino de la ventana.
                    —¡No! —gritó—. ¡No lo vais a conseguir, no podéis, no os dejaré, ella no

               es vuestra!




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