Page 196 - Extraña simiente
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Rachel no dijo nada.

                    —Sentía  que  les  debía  algo.  Quizás  no  estuviera  equivocado.  Pero,  de
               deberles algo, les debo a mí mismo y no a ti.
                    Rachel se quedó silenciosa de nuevo.
                    —¿Entiendes lo que estoy diciendo, Rachel?

                    Claro que entendía, hacía tiempo —semanas— que lo había comprendido,
               que  lo  sabía,  aunque  sólo  ahora,  ante  una  evidencia  tan  ineludible,  podía
               empezar a admitirlo, o siquiera empezar a entenderlo verdaderamente.
                    Paul había sido uno de ellos. Era tan simple como eso. Había sido uno de

               los  niños.  Y  después,  se  había  convertido  en  «Paul  Griffin».  Él  había
               aprendido, había crecido, había sobrevivido. Y se había transformado. Ahora,
               dos décadas más tarde, su antigua personalidad le había vuelto a poseer y le
               estaba  destruyendo  —había  empezado  a  destruirlo  desde  que  llegaron  a  la

               casa—.  Una  personalidad  que  desconocía,  a  excepción  de  lo  que  había
               observado en el niño, ¡y eso era tan poco!… Era una parte de su ser que no
               reconocía a su otra mitad y que ya no podía confiar en ella.
                    Por esa razón, Lumas no le había reconocido, ni había confiado en él. Este

               era el resultado del horrible trabajo efectuado por el mundo alejado de esta
               tierra y de esta granja.
                    —Te quiero —le dijo Rachel.
                    Sentía  que  formaba  parte  de  él,  del  hombre  llamado  Paul  Griffin  y  de

               todas las cosas del mundo exterior que representaba.
                    —Te quiero —repitió.
                    Deseaba ardientemente formar parte también de lo que Paul había sido, de
               lo que todavía era, esa criatura que le asustaba, le impresionaba y le hería. Y

               que, además, era… inmortal, y podía volverla inmortal a ella. De la misma
               manera que la tierra es inmortal…
                    —Te quiero —le contestó Paul—. Te quiero mucho.
                    Rachel, con ver el dolor y la súplica que expresaban sus ojos, supo que

               decía la verdad. Que la quería a su manera.


                    Noche

                    Incluso  dormida,  luchando  por  despertar,  Rachel  reconoció  de  dónde
               provenía el olor acre que lo inundaba todo. Sacudió a Paul, que dormía a su
               lado.

                    —Paul —llamó en voz alta—. Despierta, Paul.
                    —Hace demasiado frío —gruñó él.
                    Rachel le sacudió con más fuerza.




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