Page 195 - Extraña simiente
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Paul le había pedido que construyera unas semanas antes.
Rachel le miró de reojo. En este momento, tenía los ojos cerrados. Parecía
sufrir o atravesar un gran tumulto interior. Rachel miró de nuevo hacia el
fuego luminoso, cálido y ondulante.
De pronto, la lucidez le inundó, tan brillante y fuerte como las llamas.
—No son cazadores, ¿verdad? —preguntó.
Rachel se quedó esperando una respuesta.
Al cabo de un rato larguísimo, Paul contestó:
—No, Rachel, no lo son.
Abrió los ojos y los fijó en la pared que tenía enfrente.
—Te lo iba a decir —añadió.
—¿Me lo ibas a decir?
—Sí, sí, en serio. Te lo iba a decir, pero más tarde. Cuando nos
hubiéramos marchado.
—Entonces, ¿es verdad que nos marchamos?
—Sí, claro que nos vamos a marchar. Nos marchamos mañana.
Temprano, por la mañana.
Rachel miró de nuevo por la ventana.
—Te comprendo, Paul… Si no te quieres marchar, te aseguro que te
comprendo.
—¿Y por qué querría quedarme?
Paul se quedó esperando una contestación. Rachel no despegó los labios.
—Te he preguntado que por qué piensas que yo querría quedarme.
Rachel inspiró profundamente y retuvo el aire un momento.
—¿Cuánto tardarán en morir, Paul? ¿Crees que esa hoguera les mantiene
calientes?
Paul se la quedó mirando; ella lo percibió con el rabillo del ojo. Volvió la
cabeza y sus ojos se encontraron. Ella extendió la mano; él la tomó.
—Ven aquí —le dijo atrayéndole hacia ella.
Él fue donde estaba ella, en la ventana.
—Es su última noche, ¿verdad, Paul?
Paul le apretó la mano; sus ojos se humedecieron de golpe.
—Y nuestra primera noche —le dijo.
Ella se recostó contra él y le dijo:
—Rachel, quieren que nos quedemos.
—Ya lo sé.
—Me gustaría poder quedarme. Pero… yo… ya no puedo con ellos,
¿sabes? Los he dejado atrás.
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