Page 128 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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una  fiebre  asesina  en  el  ambiente.  Alguna  estrella  roja  debía  de  haberse

               acercado demasiado a la tierra.
                    ¿Pruebas?  ¿Qué  pruebas  había  contra  él?  Basil  Hallward  se  había
               marchado de la casa a las once. Nadie lo había visto regresar. La mayoría del
               servicio  se  encontraba  en  Selby  Royal.  Su  ayuda  de  cámara  ya  estaba

               durmiendo.
                    ¡París! Sí. Era a París adonde Basil Hallward se había marchado en el tren
               de  medianoche,  como  se  proponía.  Con  sus  particulares  costumbres
               reservadas,  pasarían  meses  antes  de  que  las  primeras  sospechas  surgieran.

               ¿Meses? Todo podía ser destruido mucho antes.
                    Una idea súbita se le ocurrió. Se puso su abrigo de piel y el sombrero y
               salió  al  vestíbulo.  Allí  se  detuvo,  oyendo  los  lentos  y  pesados  pasos  del
               policía  sobre  la  acera  y  viendo  el  resplandor  de  la  linterna  reflejado  en  la

               ventana. Esperó conteniendo la respiración.
                    Pasados unos momentos, abrió la puerta principal y salió, cerrándola muy
               suavemente  tras  él.  Y  entonces  comenzó  a  llamar  al  timbre.  Unos  diez
               minutos después apareció su ayuda de cámara a medio vestir y con aspecto

               bastante somnoliento.
                                                                                 ⁠
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                    —Lamento haber tenido que despertarlo, Francis —dijo al entrar—, pero
               he olvidado mi llave. ¿Qué hora es?
                    —Las  dos  y  cinco,  señor  —respondió  el  hombre  mirando  el  reloj  y

               bostezando.
                    —¿Las dos y cinco? ¡Qué espantosamente tarde! Debe despertarme a las
               nueve en punto mañana. Tengo trabajo que hacer.
                    —Bien, señor.

                    —¿Ha venido alguna visita esta noche?
                    —El señor Hallward, señor. Estuvo aquí hasta las once y luego se marchó
               para coger su tren.
                    —¡Oh! Siento no haberlo visto. ¿Dejó algún mensaje?

                    —No, señor, salvo que le escribiría.
                    —Eso hará, Francis. No olvide llamarme mañana a las nueve.
                    —No, señor.
                    El hombre se marchó arrastrando los pies en zapatillas por el pasillo.

                    Dorian  Gray  arrojó  su  sombrero  y  su  abrigo  sobre  la  mesa  de  mármol
               amarillo  y  pasó  a  la  biblioteca.  Estuvo  paseando  arriba  y  abajo  por  la
               habitación  durante  un  cuarto  de  hora  mordiéndose  el  labio  y  pensando.
               Entonces cogió el Libro de Direcciones de una de sus estanterías y comenzó a







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