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Mientras tanto el doctor Lorente pedía insistentemente por telégrafo refuerzos para el coronel
Iglesias, a quien suponía, en esos momentos combatiendo, a juzgar por la crepitación de fusilería. El
general Silva, hízome llamar y me propuso que fuera en auxilio de Iglesias que, según los
reiterados pedidos del doctor Lorente, aún resistía en el Morro. Tomé 400 hombres de los ya
reunidos en el campamento y partí en seguida.
Al pasar por Barranco, encontré al coronel Suárez con el cuerpo del ejército que mandaba. Al ver
que Suárez se retiraba tan tranquilo no pude contenerme y le dije: “No me explico el motivo
de su retirada, encontrándose Iglesias combatiendo, y, sobre todo, cuando pide refuerzos”. El
coronel Suárez me respondió que Iglesias había sido tomado prisionero a las diez del día y que las
tropas que permanecían en la cima del Morro ya se habían retirado y dispersado. “Las tropas que se
ven allí-añadió-son de los chilenos y el tiroteo que se oye es de ellos mismo, que se han entregado
al saqueo, rompiendo las puertas de las tiendas y de las casas”.
-“Pues bien -repúsele- yo voy a cumplir la orden del jefe de estado mayor”. Y continué mi
marcha hacia Chorrillos; Suárez siguió la suya a Miraflores. Su cuerpo de ejército estaba íntegro,
a excepción de un batallón que Recavarren condujo voluntariamente en socorro de Iglesias y que
fue desbaratado en Chorrillos.
Llegué a casa del señor Lafón, ciudadano francés, que me ofreció su mirador para observar el campo,
y pude ver con mi anteojo que efectivamente tropas chilenas ocupaban el Morro y alturas contiguas
a la población de Chorrillos. Era la una de la tarde.
No obstante, y tomando las debidas precauciones, penetré en Chorrillos. En la primera de las calles
tropecé con un grupo de soldados enemigos, a los que ataqué y puse en fuga; pero momentos
después fui acometido por fuerzas superiores que intentaron cortarme el paso, lo cual impidió la
oportuna intervención del capitán de fragata Leandro Mariátegui, que llegó en tal circunstancia
conduciendo un cañón montado en la plataforma de un carro y les hizo fuego. De este modo pude
contener el empuje enemigo y continuar combatiendo; pero el adversario iba reforzándose
con la aducción de nuestras tropas; y comprendiendo luego lo inútil que sería prolongar la lucha
sin esperanzas de recibir ningún esfuerzo y con soldados que comenzaban ya a flaquear, a causa
de las bajas sufridas, resolví interrumpir el combate y regresar a Miraflores, convencido del fracaso
de nuestros esfuerzos y profundamente apenado de las desgracias del Perú…
LDdA “EL COMANDANTE” | ENERO – FEBRERO - MARZO | AÑO 11 N° 39 43