Page 9 - El garbanzo verde nº5
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            MENCIÓN

            AUTORA: ROSARIO PUENTE UCEDA

            NIVEL II- GRUPO 5-BRUNETE

            CATEGORÍA: ADULTOS

                                   “LA ALUMNA ROSARIO LÓPEZ, MI ABUELA”

            Doña María, ¿porqué llora usted tanto?
            Porque los huevos los tengo en el corral
            y la pava la tengo en el relente
            y la vecina de enfrente me los quiere quitar.

            Cuando su maestra, Doña María, se marchaba a desayunar en la hora del recreo y las dejaba solas, mi
            abuela  Rosario,  subida  en  una  silla,  enseñaba  a  sus  compañeras  esta  canción  que  ella  misma  había
            inventado. Un día doña María le escuchó cantarla y la castigó encerrándola en un cuarto oscuro donde
            se guardaban las escobas y las fregonas. Aquel castigo no era un hecho extraordinario. En aquel colegio,
            en el que antes de entrar en clase se cantaba el “Cara al sol”, era habitual que la profesora golpeara en la
            mano izquierda a los niños que se portaban mal, mientras con la otra mano sostenían la pluma. En
            aquellos tiempos, escribir con la siniestra no era visto con buenos ojos.

            Aquel día, cuando al finalizar las clases su madre fue a recogerla, no la encontró. Avisó al conserje y
            juntos la buscaron por todo el colegio. Finalmente la escucharon gritar y la encontraron llorando en el
            cuarto de la limpieza. Su madre no volvió a llevarla a ese colegio. Decidió que su única niña, la pequeña
            de cinco hermanos, iría al mejor colegio de Granada: el colegio de monjas “Cristo Rey”.
            La gente más pudiente y adinerada de la época llevaba a este colegio a sus hijas. Las chicas que venían
            de  otros  pueblos,  por  lo  general,  estaban  internas  en  el  colegio,  alojándose  en  el  piso  superior.  Sin
            embargo, mi abuela Rosario no se quedaba en el colegio ni siquiera a comer. Su padre la acompañaba
            todas las mañanas muy temprano y, como el colegio abría sus puertas más tarde, la dejaba en la iglesia
            de al lado, donde las monjas le daban de desayunar mientras el cura preparaba la misa. Llegada la hora
            de ir al colegio, ella cogía su cartera y se marchaba a sus clases.

            A  diferencia  del  colegio  anterior,  en  este,  por  ser  religioso,  debían  rezar  antes  de  comenzar  con  sus
            tareas. Por las mañanas, las niñas estudiaban geografía, matemáticas, lengua y también el catecismo. En
            geografía  aprendían  los  ríos  y  las  ciudades  cantando.  En  matemáticas  daban  aritmética  y  en  lengua
            escribían con tinta y pluma de palo largo, que guardaban en un cajoncito de su pupitre. Mi abuela no
            tuvo su primer bolígrafo hasta los doce años, un regalo de Reyes que escribía de forma irregular y al que
            se le secaba la tinta con frecuencia.

            En el recreo saltaban a la comba y jugaban con un balón a “La Barda”, lo que conocemos hoy como
            “Balón Prisionero”. En el centro del patio había un altillo con macetas de pilastras que de vez en cuando
            rompía el balón, con el consiguiente enfado de las monjas.

            A la una en punto terminaban las clases de la mañana y se reanudaban después de comer, desde las tres
            hasta las cinco. Por las tardes las dedicaban a hacer sus primores. Las monjas les enseñaban a coser, a
            bordar, a hacer punto de cruz y a todo aquello que se pueda elaborar con hilo y aguja.

            Mi abuela disfrutaba mucho del colegio y era una niña muy aplicada. Fue por esto que un año, en la
            obra teatral de Navidad, las monjas la eligieron para representar a la Virgen María niña. La vistieron con
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