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2º. Este cambio de actitud nos va a permitir descubrir que la lengua es una fuente de
enriquecimiento personal (inagotable y constante) en la medida en que vamos a saber
comprender mejor la realidad exterior y expresar también nuestra realidad exterior. Hace
unos días, para aliviar la incomodidad que procura los lentos desplazamientos urbanos,
conecté la radio del coche. En Radio 5, un espacio titulado Hablar en plata se afanaban
los locutores en aclarar el significado de dos palabras. Abandonaba la ciudad y descubrí
unas obras de alcantarillado. Y me puse a pensar que las palabras me permitían nombrar
el “teodolito” que manejaba un joven, y fijarme también en el “alcorque” que estaba siendo
ocupado por una palmera; por su parte, en la radio me aclaraban la diferencia que había
entre “polemología” e “irenología”. Mi curiosidad estaba, por hoy, satisfecha; a mi edad
avanzada acababa de descubrir el significado de esta última palabra. (Con vuestro
permiso os explico el significado de estas palabras, al tiempo que me reafirmo en mi idea
de que sólo con ellas y con su adecuada expresión podemos comprender de manera más
rica la realidad exterior e interior.
Las palabras configuran el pensamiento; sin ellas el pensamiento no se concreta.
Palabras y pensamiento se retroalimentan. Fue Pedro Salinas quien dijo que hombre que
entiende a medias no entiende; necesitamos las palabras para comprender el mundo, para
articular el pensamiento, para expresar, en fin las emociones y pensamientos.
Esta reivindicación de las palabras, de la necesidad de ampliar el caudal léxico, no
procede, claro es, de ningún afán purista ni enciclopedístico, sino más bien de la búsqueda
de la precisión y de la exactitud expresiva.
3º. Y si todo tenemos aptitudes para expresarnos, debemos concluir que todo profesor
ha de ser, independientemente de su especialidad, un profesor de lengua. Esta idea tan
obvia y defendida en varias ocasiones por el profesor Fernando Lázaro Carreter, no ha
sido asumida por la gran mayoría de los claustros de profesores. Oímos comentarios del
tipo: “Si tú me entiendes, hombre”. Y no nos estamos refiriendo a nimios errores, sino a
equivocaciones de bulto: a errores de concordancia (los famosos “habían”, los habituales
“dequeísmos”, los hipermodernos “neologismos” que todo lo invaden..., en fin desbarros a
los que luego pormenorizadamente nos referiremos). El error expresivo se encuentra en
las intervenciones orales de los docentes y, por su puesto, en los textos escritos que tanto