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la dirección de un centro como los documentos de la propia administración educativa envía
a los propios centros (en esta carpeta hay una florilegio de impropiedades que sonrojarían
al político más avezado). ¿Qué hacer, por tanto, ante los errores de los demás y de los
propios? La solución no es fácil. Personalmente, la corrección a un compañero requerirá
un grado de educación y delicadeza tal que evite que éste se incomode (“Corrige con
educación, que enseñas; de lo contrario, irritas”). Aparte de esta corrección habitual, deben
reivindicarse cursos sobre hablar y escribir correctamente.
Como conclusión a este apartado, habría que afirmar que si todos los profesores
usan la lengua como instrumento de comunicación, deberán ser, implícitamente,
profesores de lengua. Hasta ahora nos hemos preocupado de que los alumnos se expresen
con corrección, hasta ahora hemos exigido con varia fortuna que los alumnos han de
cuidar su expresión oral y escrita, y es importante que se redacte un documento por cada
centro educativo, que se redacte un Proyecto Lingüístico de Centro, en el que se recojan
estas consideraciones: hay que cuidar la lengua, en nuestros caso, las lenguas cooficiales,
porque nuestra manera de hablar y de escribir define también nuestra personalidad e
informa de nuestros conocimientos.
4º. Hay un matiz que no quisiera pasar por alto, a sabiendas de que nuestro propósito
inicial es elaborar una reflexión acerca del buen uso de la lengua por parte de los docentes
y, por su puesto, de los discentes, pues sabido es que no podemos exigir a los demás lo
que no nos exigimos a nosotros mismos. Me refiero al poder persuasivo de la lengua, a
su capacidad lenitiva. Esto es, hay tonos de voz que irritan y otros que sosiegan, hay
profesores que gritan y otros que modulan el tono de tal manera que uno sabe en cada
momento en qué aspectos hacen hincapié y se alcanza, por tanto, a discernir lo superfluo
de lo relevante. Esta capacidad de la lengua quedaron de relieve en los textos que Cyrano
de Bergerac le escribía a Rossana, mientras pensaba éste que era su amado Vincent quien
los redactaba; o en esta carta que el azar quiso poner en mis manos mientras leía un
periódico (“Hablar bonito”). Por tanto, el timbre de la voz, la ortofonía, la delicadeza
expresiva son también aspectos que hay que cuidar.