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Pero en un centro educativo entran en colisión, el lenguaje más normativo, culto  y

           especializado  de  cada  especialidad,  con  las  expresiones  jergales  más  groseras    y
           coloquiales que usan los alumnos en otros espacios del centro educativo.


           5º. Hasta aquí la declaración de principios, la invitación a la reflexión, al cambio de actitud,

           a la conveniencia de los borradores, a mi creencia de que todos somos usuarios de la
           lengua y no propietarios, a la conveniencia de redactar un proyecto lingüístico de centro, a

           la  necesidad  imperiosa  de  cursos  que  permitan  a  los  docentes  evitar  esos  errores

           frecuentes y que están muy localizados... Pero ahora les mostraré unas pruebas más que
           suficientes para convencernos de que no exagero si digo que el cuidado de la lengua es

           de una precariedad inaceptable. Veamos algunos ejemplos que nos permiten hacer un

           diagnóstico de la realidad:


                  Los  errores  comunes  son  conocidos.  Aparte  de  las  cacografías  y  faltas  de
           acentuación habituales, destacan la utilización de palabras comodines (el verbo “hacer”, el

           uso de  “tema”, “a nivel de”, “como muy”, el uso y abuso de los dobles plurales no sexistas
           “los/las” y “todos/todas”, los tabúes...)



           6º. ¿Qué hacer ante tanto error que se cuela en nuestras vidas? Atribuirlo a los duendes
           del teclado como antaño se hacía es poco menos que intentar pasar por alto un problema

           acuciante. Los medios de comunicación tienen mucha responsabilidad en el cuidado del
           idioma, pues son los que mayormente influyen en los ciudadanos; los profesores  (y no

           sólo  los  de  lengua)    también  han  de  contribuir  a  conformar  una  norma  básica    muy

           cuidadosa con la corrección. Hay, por otra parte, abundante bibliografía que puede facilitar
           la labor. En los institutos, se habría de velar para que todo documento que se envíe al

           profesorado, en el idioma que sea, sea un texto impoluto, carente de cacografías. Y para
           ello deberían acudir con más asiduidad a los diccionarios y manuales de la materia. Pero

           hay un recurso de suma utilidad: me refiere a las consultas lingüísticas que se pueden

           formular a la RAE a través de su cuenta de correo electrónico. He aquí unos ejemplos:
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