Page 203 - Abrázame Fuerte
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Bea hace compañía a su chico. Están tumbados en el sofá mirando una película
      de  acción  estadounidense,  donde  los  tiros  sobrevuelan  las  cabezas  de  los
      protagonistas y el mundo depende sólo de ellos y de una bomba atómica múltiple
      que debe ser desconectada.
        Sergio, con la cabeza apoyada en el regazo de Bea, que le acaricia el pelo
      con las yemas de los dedos, está medio dormido. La película ha empezado hace
      unos diez minutos y ella ya tiene claro que se va a aburrir soberanamente. Le
      gustan las comedias románticas en las que la pareja protagonista se conoce de
      manera fortuita y se odian a primera vista, pero luego se enamoran y, por mucho
      que se empeñen en ocultarlo y mentirse a sí mismos, al final acaban por admitir
      lo que sienten. Pero, en este caso, quien elige es el enfermo.
        De pronto suena su móvil. Bea lo saca del bolsillo para responder.
        —¿Quién es? —pregunta Sergio soñoliento.
        Ella no responde. En la pantalla del móvil lee ¡PABLO!
        —¿No lo coges? —dice el chico, que vuelve a cerrar los ojos.
        « ¿Qué  hago?  —piensa  ella—.  ¡Si  lo  cojo,  Sergio  se  olerá  algo,  seguro!» .
      Mientras, la melodía pop de su móvil sigue sonando.
        —Bea, ¿estás dormida? —insiste Sergio, dándole un golpecito en el brazo.
        —No,  no…  —responde  la  chica,  al  mismo  tiempo  que  respira  hondo  y
      acerca el móvil a su oreja.
        Si Bea quería ver una película romántica, la está viviendo en carne y hueso.
      ¿Qué pensaría Sergio si supiera que Pablo, su ex, quiere hablar con ella un sábado
      por la noche? Bea se va a arriesgar. Aprieta el botón de « Responder»  y cierra
      los ojos con fuerza. Se oye una música de piano de fondo y en unos segundos
      aparece la voz de Pablo que sigue con el juego:
        Mensaje  en  una  botella.  Hubo  un  hombre  enamorado  de  una  princesa
        inaccesible que cansado de buscarla decidió tirar un mensaje al mar para
        que el destino se lo hiciera llegar.
          Los años pasaron y ese hombre no recibió respuesta hasta que un buen
        día esperando divisó una botella arrastrada hacia la orilla por las olas. Era
        la misma botella que había tirado años atrás, con el mismo mensaje intacto.
        El hombre lo leyó en voz alta:
          «Quería decirte desde hace mucho tiempo que te extraño, que no sólo
        te quiero sino que te amo. Espero a la orilla del mar a que regreses aunque
        pasen cientos de años. Los sentimientos que albergo en mi corazón nunca
        cambiarán  porque  son  fuertes  y  únicos  y  son  solamente  para  ti,  mi
        princesa».
          Dice la leyenda que cuando el hombre acabó de leer su mensaje ya
        era viejo y dos lágrimas le brotaron de los ojos. Entonces una mano le tocó
        la espalda. Era la princesa, que había ido a pasear por esa orilla y, al fin,
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